La transición energética que debemos emprender urgentemente pasa por reducir drásticamente los consumos y por sustituir las energías fósiles por renovables. Afirmación sencilla de pronunciar y tremendamente difícil de trasladar de forma coherente a nuestra vida cotidiana, donde recurrentemente nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer?
Una forma de comenzar es incorporar a nuestros hábitos y pautas de consumo los pequeños gestos de ahorro energético (sustituir sistemas de iluminación por otros de bajo consumo, utilizar electrodomésticos de alta eficiencia, usar de manera responsable las tecnologías de alto consumo como calefacción o aire acondicionado, invertir en la mejora de aislamientos en la vivienda…). Todos los pocos suman, son relevantes e importan, pero sin sobredimensionarlos y sin que sirvan para dilatar la urgencia de abordar cambios sustanciales en sectores estratégicos -movilidad y transporte, edificación…- donde se concentran los mayores consumos y que en muchos casos quedan lejos de nuestro ámbito de influencia.
Esta contradicción que sentimos la ciudadanía es similar a la que sufren las ciudades en la lucha contra el cambio climático. Efectivamente, las ciudades sólo son capaces de generar respuestas fragmentarias al encontrarse con la misma limitación práctica con la que actúa sobre la ciudadanía, a saber: que las medidas más fáciles de tomar desde lo local son las que menor impacto tienen en cuanto a reducción de emisiones, mientras que las de impacto más profundo son altamente complejas y se encuentran paralizadas en esferas superiores.
Esto nos debe invitar a reflexionar sin que deba traducirse en parálisis o desengaño, sino en renovadas fuerzas para diseñar propuestas política y ambientalmente más ambiciosas desde la sociedad civil. «Solo no puedes, con amigos/as sí» es una afirmación popularizada por un programa de televisión que resume las potencialidades de pasar de las estrategias individuales a las colectivas. Iniciativas colectivas, innovadoras e inspiradoras, que aunque resulten limitadas y fragmentarias suponen un salto cualitativo a la hora de esbozar modelos alternativos de producción y consumo de energía.
Las cooperativas de producción y distribución de energía son una de las prácticas emergentes que mayor desarrollo están viviendo en los últimos años. Proyectos orientados a generar energía renovable, limpia y de producción local, mediante las formas de economía cooperativa. Una forma de democratizar y ecologizar los sistemas energéticos mediante la comercialización de energía certificada procedente de renovables al 100%. Las cooperativas también ponen en marcha proyectos propios de producción de energía que aspiran a un balance cero entre lo producido y lo consumido, generando empleo local, revitalizando entornos rurales con inversiones participativas y minimizando los impactos ambientales de las instalaciones. Y todo esto sin incrementar los costes de facturación.
Uno de los referentes internacionales de este cooperativismo energético es el proyecto Greenpeace Energy, que en Alemania está formado por 110.000 personas. Inspirado en proyectos como este y adaptado a las particularidades locales, surgía en 2010, en Girona, Som Energía. Una cooperativa que comercializa energía verde certificada, que ha impulsado los primeros proyectos propios de producción energética y que ha superado los 4.000 socios en toda España. Además coopera con otras iniciativas similares más pequeñas o localizadas como Vivir del Aire, que promueve la primera instalación autofinanciada de forma participativa de un aerogenerador siguiendo experiencias de crowd funding.
La voluntad de cambio se materializa en alternativas concretas que relacionan lo individual y lo colectivo, lo simbólico y lo estratégico, lo local y lo global. ¡Da luz verde al cambio en tu hogar o empresa! ¡Aporta tus energías a un cambio de modelo energético!
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.
– Albert Einstein.
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