Cultura alimentaria y redistribución de la riqueza para combatir la obesidad

La obesidad, a primera vista, parece un problema de individuos que tienen cierta incontinencia a la hora de comer y que además escogen alimentos poco saludables. Una cuestión que apenas parece tener conexión con la crisis climática y energética. En esta entrada trataremos de complejizar la mirada sobre la problemática de la obesidad, conectándola con algunos de los debates ecosociales de actualidad.

Antiguamente se afirmaba que la obesidad era cosa de ricos en países pobres y de pobres en países ricos. Aunque la realidad no sea estrictamente así, esta frase tiene la virtud de introducir la dimensión socioeconómica en estos debates. Históricamente cuando el acceso a una alimentación nutritiva era escaso asociábamos la imagen de la obesidad al rico barrigón, icono trasladado a los grandes potentados del sur global que en medio de la escasez nadaban en la abundancia. La sociedad de consumo y la facilidad en el acceso a alimentos industrializados, muchas veces de baja calidad y escaso valor nutritivo, llevaron a los ricos del norte global hacia una desmedida preocupación por su aspecto y salud, dejando a los pobres del planeta el privilegio de la obesidad.

La problemática de la obesidad ilustra perfectamente las inercias del sistema agroalimentario industrial y globalizado. Una cuestión que tiene dos grandes frentes: por un lado, la erosión de las culturas campesinas locales y gastrónomicas tradicionales; por otro, el acceso generalizado a unos alimentos con unos mayores impactos ambientales directos, como los derivados de la ganadería industrializada, o los que tienen altos grados de procesado (y sobre-empaquetado), como la bollería o los refrescos.

Nos han ganado por la cultura de la velocidad (cadenas de comida rápida, precocinados y congelados…) y por el paladar, pues sensitivamente hemos terminado por interiorizar que es más placentero comer grasas animales, chocolate y chuchearías que otros alimentos más equilibrados. Además al no interiorizar los impactos sociales y ambientales derivados de su consumo estos productos siguen siendo mucho más baratos. El cruce de estas dos variables está provocando que la obesidad se esté convirtiendo en una enfermedad de pobres a nivel planetario, simultáneamente gordos y malnutridos, pues aquellas personas que cuentan con un presupuesto muy restringido se ven en la obligación de priorizar la compra de productos alimenticios más económicos, es decir, hipercalóricos procesados.

Y en algunos lugares del Norte Global, principalmente EE UU y Gran Bretaña, asistimos a la creciente imposibilidad de elegir una dieta saludable por parte de las personas que habitan en los Food Deserts o «desiertos alimentarios». Barrios en los que el acceso a alimentos frescos es muy complicado debido a un modelo de ciudad poco compacto, al abandono de las políticas públicas que promueven un reequilibrio en los barrios donde viven los colectivos sociales más vulnerables económicamente, y a la huida de muchos comercios de proximidad en vecindarios que además padecen una fuerte segregación étnica. El propio gobierno de EE UU estima que 13,6 millones de personas, mayoritariamente pertenecientes a la población negra y otras minorías, tienen un acceso difícil a un supermercado o a una gran tienda de comestibles ya que viven a una distancia superior a 1,6 Km.

La obesidad ha entrado en la agenda política, y ya se empiezan a implementar y discutir medidas –promovidas por los profesionales sanitarios- como el etiquetaje explícito de productos malos para la salud, estrategias para dificultar el acceso a estos alimentos en centros educativos, la promoción de equipamientos y entornos urbanos para la actividad física, el estricto control publicitario o los impuestos para la comida basura.

Enfrentar la obesidad de forma realista y socialmente justa supone incidir paralelamente tanto en la dimensión cultural como en la socioeconómica, pues únicamente quien tiene unos ingresos mínimos puede plantearse la capacidad de elegir. Evitando criminalizar a la víctima, algunos países como Noruega, Austria, Francia, Hungría, Irlanda, Italia, Lituania, Holanda, Polonia y Eslovenia, han tomado medidas aplicando algunos impuestos y subsidios centrados en proteger la capacidad de compra de productos salu­dables para los grupos de bajo nivel adquisitivo.

Democratizar la posibilidad de hábitos alimenticios saludables como forma de luchar contra la obesidad implica promover una cultura alimentaria que se reconcilie con el medio ambiente. Salud, equidad y sostenibilidad resultan inseparables.

Secuencia de la deforestación amazónica por cultivo de soja para ganadería intensiva, que comercializan las grandes corporaciones de comida rápida:

One thought on “Cultura alimentaria y redistribución de la riqueza para combatir la obesidad

  1. Pingback: Nuevas entradas del blog «Tiempo de actuar» – FUHEM

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *