El homo tecnológico, que acaba de inaugurar el siglo XXI en un planeta poblado por más de 7.000 millones de seres humanos, consume de promedio tanta energía como una máquina de 12.000 watios de potencia. El ciudadano medio de las sociedades opulentas “come” petróleo (seis de cada siete calorías que ingieren los humanos que viven en los estratos sociales pudientes del mundo proviene de los combustibles fósiles, y sólo una, en verdad, de la energía solar que se fija a través de la fotosíntesis en las plantas que le sirven de alimento), se mueve sin gastar la energía de su propio cuerpo haciendo depender sus desplazamientos de los recursos que extrae de la corteza terrestre y vive en “hogares fosilistas” donde todos los artefactos que utiliza se denominan electrodomésticos porque únicamente funcionan cuando se encuentran conectados a un enchufe. El ciudadano medio de las sociedades altamente tecnológicas se ha convertido, por su estilo de vida, en un parásito de toda la biosfera.
Ese mismo estilo de vida es responsable de la desestabilización climática que vivimos. El cambio del clima que está sufriendo la Tierra no se manifiesta en que, de pronto, se suavicen las crudezas del invierno o llueva a destiempo. Al fin y al cabo, el “tiempo revuelto” o la “pertinaz sequía” es algo con lo que hemos vivido siempre. La alteración climática que importa es ese aparentemente minúsculo aumento de la temperatura media del planeta que está creando unas condiciones ambientales adversas que, al afectar a la producción de alimentos, a los suministros de agua y a la salud pública, da lugar a crecientes situaciones de inseguridad humana debidas a la proliferación de hambrunas, pandemias, migraciones masivas de desplazados ambientales, conflictos por los recursos y violencia social por la desintegración de las comunidades más vulnerables y directamente afectadas. Estas circunstancias son las que han convertido el cambio climático en uno de los principales retos de nuestros días.
A medida que la crisis ecológica global evidencia que la degradación ambiental y la depredación de los recursos naturales, además de insostenibles y socialmente injustas, conducen al suicidio colectivo, nuestra conciencia ecológica debe fortalecerse para no sucumbir al derrotismo, a la negación, la evasión o al engaño. Con este propósito lanzamos este blog, que se encuadra en la campaña de sensibilización “Cinco años. Cuando lo importante es también lo urgente” que el Área Ecosocial de FUHEM, con la colaboración de la Fundación Biodiversidad, va a impulsar en el inicio de este nuevo curso.
“Cinco años. Cuando lo importante es también lo urgente” es una campaña de educación ambiental acerca de la crisis energética en su doble vertiente: por un lado, aborda la cuestión del agotamiento del petróleo, elemento central de la matriz energética de la sociedad en el último siglo; por otro, afronta el problema del cambio climático, cuyo origen se encuentra en la acumulación en la atmósfera de los gases de efecto invernadero provocados en su mayor parte por la combustión de los recursos fósiles.
La Agencia Internacional de la Energía fija 2017 como fecha límite para acotar el incremento térmico a niveles “no irreversibles”: si no se produce un cambio de dirección absoluto en el panorama energético mundial, el planeta ya emitirá ese año la cantidad de dióxido de carbono que debería haberse alcanzado en 2035 para contener el cambio climático. Aún tenemos cinco años para lograr que la humanidad recupere la razón y evitar algunas de las peores consecuencias de la convergencia de esta doble vertiente de la crisis ambiental. Cuando lo urgente y lo importante es la misma cosa, ¡es tiempo de actuar!