Los seres humanos, como parte de la naturaleza, han mantenido una interacción continuada con su entorno a través de los siglos. El medio ambiente ha moldeado al ser humano y el ser humano ha modificado el medio natural, y, por lo general, han convivido en equilibrio. En ocasiones, sin embargo, prácticas ecológicas insostenibles han llevado a algunos pueblos a agotar recursos naturales esenciales, provocando el colapso y desaparición de tales civilizaciones.
A lo largo de su historia, nuestra especie ha ido colonizando más y más territorio virgen a la naturaleza en un contexto de abundancia de recursos naturales. Pero durante el siglo XX se hizo evidente que nos topamos con los límites ecológicos del planeta: por primera vez el ser humano se ha encontrado habitando en un “mundo lleno”, tal como constató Herman Daly, o, en palabras de Jorge Riechmann, un mundo donde «la humanidad extrae recursos de las fuentes de la biosfera y deposita residuos y contaminación en sus sumideros». La humanidad depende «de las funciones vitales básicas más generales que proporciona la biosfera». En un mundo lleno, «el crecimiento en el uso de recursos naturales y funciones de los ecosistemas está alterando la Tierra globalmente, hasta llegar incluso a trastocar los grandes ciclos biogeoquímicos del planeta». [1]
A medida que se ha desarrollado la economía de mercado desde la revolución industrial, los recursos naturales han pasado a considerarse como meras mercancías, despreciando el hecho de que son recursos −como la tierra, el agua o los bosques− esenciales para la subsistencia de muchos pueblos e ignorando el valor cultural que les atribuyen.
La emergencia del capitalismo como único sistema y el ascenso del neoliberalismo en las últimas décadas han generado la multiplicación de conflictos socioecológicos por todo el planeta y, especialmente, allí donde aún queda espacio ambiental disponible, en el Sur global. Si la lógica del capitalismo demanda siempre más (más extracción, más productos, más consumo, más beneficios…), en la actual fase se registra una nueva vuelta de tuerca en la extracción de materiales y energía, empujando la frontera de extracción, hasta los confines donde quedan recursos que explotar –selvas, zonas montañosas, mares−; ello supone emitir más residuos, que colapsan los sumideros del planeta. Los conflictos socioecológicos −y también el cambio climático− son producto y a la vez exponente de esta lógica de depredación por desposesión. Actualmente, los recursos naturales aún disponibles son cada vez más limitados, bien por su escasez o bien por estar contaminados, y el acceso a ellos se restringe cada vez a menos manos.
Los conflictos socioecológicos surgen derivados de la extracción de petróleo, gas y minerales, mega proyectos –como represas–, contaminación del agua, acaparamiento de tierras, esquilmación de bosques y mares, y marginación de la agricultura familiar sustituida por un modelo productivo agrícola industrializado de nocivos efectos sobre la naturaleza y las personas, entre otras manifestaciones.
Todo ello se vincula directamente con ciertos estilos de vida impulsados desde el Norte, que se están extendiendo a muchos lugares del mundo gracias a la globalización. El resultado es que la presión sobre el planeta se hace insostenible.
Como consecuencia de estas tendencias, en esta nueva fase se registra el aumento exponencial del poder y la presencia de las empresas transnacionales −que se han extendido de la mano de la globalización−, y la desregulación político-administrativa, que ha eliminado restricciones a todos los niveles a las operaciones de las transnacionales. Dado que la lógica es la maximización del beneficio, la naturaleza y el ser humano son “costes” que conviene minimizar. Por ello, los principales perjudicados de los conflictos socioecológicos son la naturaleza y las personas, especialmente las comunidades campesinas e indígenas del Sur global y los trabajadores y trabajadoras vinculados a los procesos de globalización.
Definiciones y agentes
Podemos definir los conflictos socioecológicos –también llamados ecosociales, socioambientales o ecológico-distributivos− como «aquellos ligados al acceso y control de los recursos naturales y el territorio, que suponen, por parte de los actores enfrentados, intereses y valores divergentes en torno a los mismos, en un contexto de gran asimetría de poder. Dichos conflictos expresan diferentes concepciones sobre el territorio, la naturaleza y el ambiente, y establecen una disputa acerca de lo que se entiende por desarrollo y, de manera más general, por democracia», como señala Maristella Svampa. [2]
Desde la economía ecológica, el equipo liderado por Joan Martínez Alier define estos conflictos, a los que denominan ecológico-distributivos, como «las luchas en torno a las cargas vinculadas a la contaminación o en torno a los sacrificios derivados de la extracción de los recursos [naturales], y surgen de las desigualdades de ingresos y poder. En ocasiones, los actores locales reclaman redistribuciones que desembocan en conflictos, que suelen ser parte de o estar vinculados a luchas de género, clase, casta o étnica más amplias. En esta línea, es importante el concepto de “justicia ambiental”, que alude no solo a la distribución de los costes y los beneficios, sino también apunta a reclamaciones de participación y reconocimiento». [3]
Siguiendo a Daniel Castillo, [4] los conflictos socioecológicos se manifiestan en choques de intereses por el uso de un bien o un servicio ambiental; por diferencias entre los que causan y los que sufren un problema ecológico; o por la desigual distribución de los beneficios y costes ambientales.
Por su parte, Pablo Ortiz se refiere a estos conflictos como «aquellos que implican a grupos sociales con modos diferentes de apropiación, uso y significado del territorio. Hay conflicto ambiental cuando hay confrontación entre grupos sociales por diferentes proyectos de uso y significado». [5]
Pero, ¿quiénes son esos grupos?
Como se ha indicado, las compañías transnacionales son los principales agentes de los proyectos de extracción. Si, por lo general, cuentan con el apoyo del gobierno del país en cuestión, con demasiada frecuencia carecen del asentimiento de las poblaciones allí donde se establecen; estas poblaciones se enfrentan a proyectos impuestos y además son los que cargan con las consecuencias ecológicas. Buena parte de las poblaciones afectadas son pueblos indígenas, protegidos por la legislación internacional, en concreto, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que de forma expresa excluye iniciar extraer recursos naturales en los territorios tradicionales si no cuentan con su consentimiento expreso de las comunidades. Sin embargo, esta normativa se pasa muchas veces por alto. Ante la situación insostenible generada por la desposesión, extracción y contaminación de los recursos naturales de sus territorios, muchos grupos y comunidades campesinas −principalmente del Sur, aunque no sólo− han iniciado procesos de resistencia para defender lo que es esencial para su subsistencia. De tales luchas surgen los llamados conflictos socioecológicos.
Tipología
El economista Joan Martínez Alier en su reflexión sobre El ecologismo de los pobres agrupa en tres categorías los conflictos ecológico-distributivos, según su denominación, de acuerdo a la etapa del proceso productivo en la que se produce el daño:
i. Conflictos en la fase de extracción de materiales y energía
ii. Conflictos durante el transporte y comercio
iii. Conflictos en torno a los residuos y la contaminación
Los conflictos en la etapa de extracción de materiales y energía incluyen los relacionados con la minería, canteras, petróleo/gas, degradación y erosión de la tierra, plantaciones, biopiratería, en torno a los manglares por la industria camaronera de exportación, y los relacionados con el agua y la sobrepesca.
Los conflictos en la etapa de transporte se vinculan al aumento mundial del movimiento de materiales y energía, y sus impactos. Incluye los derrames de petróleo, accidentes en oleoductos o gasoductos, conflictos sobre hidrovías, y los relacionados con la construcción de puertos, aeropuertos y autopistas.
Por último, los conflictos por la generación y tratamiento de los residuos se vinculan con las luchas contra la contaminación, la seguridad de los consumidores en relación a los riesgos de ciertas tecnologías (ej. Asbestos, DDT, transgénicos), la exportación de residuos tóxicos, la contaminación transfronteriza y los sumideros de carbono. [6]
A su vez estas categorías se dividen en tres ejes espaciales: local, nacional/regional y global, lo que da como resultado nueve tipos de conflictos ecológico-distributivos.
Tipología de conflictos ecológico-distributivos
Escala geográfica/ Etapa |
Local |
Regional/ nacional |
Global |
Extracción | Ej.: conflictos en territorios indígenas (Orissa, India), por bauxita; en Yasuní, Ecuador, por petróleo | Destrucción de manglares, plantaciones de árboles para pasta de papel, sobrepesca | Búsqueda de minerales e hidrocarburos, biopiratería por empresas –privadas o estatales- transnacionales. Responsabilidad empresarial. |
Transporte y comercio | Ej.: quejas por autopistas urbanas por ruidos | Trasvases de ríos, gasoductos y oleoductos | Derrames petroleros en el mar, comercio ecológicamente desigual entre Norte y Sur. CO2 y CFC que causan cambio climático. La “deuda de carbono”. |
Residuos, contaminación tras el consumo | Basureros urbanos, incineradoras (dioxinas), ozono en áreas urbanas | Lluvia ácida. Contaminación transfronteriza. Residuos nucleares | Compuestos orgánicos persistentes en zonas prístinas remotas. Exportación de residuos. |
Fuente: Joan Martínez Alier
En la página web de FUHEM Ecosocial puedes acceder a una recopilación de artículos, dossieres, entrevistas y coloquios sobre este tipo de conflictos, así como posibles vías de resolución y debates relacionados, además de algunos mapas de conflictos socioecológicos en América Latina.
Acceso a la Parte 1: Introducción; planteamientos generales; y tipología y casos
[1] J. Riechmann, Biomímesis, La Catarata, Madrid, 2006.
[2] M. Svampa, «Consenso de los commodities, giro ecoterritorial y pensamiento crítico en América Latina», en Observatorio Social de América Latina (OSAL), año XIII, nº 32, noviembre de 2012.
[3] J. M. Alier, G. Kallis, S. Venthey, M. Walter y L. Tenper, «Social Metabolism, Ecological Distribution Conflicts and Valuation Languages», Ecological Economics, 2010.
[4] D. Castillo, «El análisis sistémico de los conflictos ambientales: complejidad y consenso para la administración de los recursos comunes», en M. E. Salamanca (coord.), Las prácticas de la resolución de conflictos en América Latina, Instituto de Derechos Humanos, Universidad de Deusto, 2008.
[5] P. Ortiz y L. Ernst., Tratamiento comunitario de conflictos socioambientales. PLASA, Quito, 2007.
[6] Ver Joan Martínez Alier, «Conflictos ecológicos y justicia ambiental», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 103, otoño 2008, pp. 11-27; y Mariana Walter, «Conflictos ambientales. Enfoques y clasificaciones», en Santiago Álvarez Cantalapiedra (coord.), Convivir para perdurar: conflictos ecosociales y sabidurías ecológicas, CIP-Ecosocial (FUHEM)/Icaria, 2011.
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