Hace algo más de 30 años se abría en el Área Metropolitana de Barcelona el primer centro comercial de España, en el que múltiples tiendas y supermercados se instalaban bajo un mismo techo en la periferia de una gran ciudad. Inaugurando una dinámica comercial que terminaría por afectar a los hábitos de consumo, las pautas de movilidad y los modelos urbanos.
“El centro comercial es la nueva catedral de la sociedad actual.”
– Jose Saramago.
Los centros comerciales se han convertido en los espacios simbólicos por excelencia de la sociedad de consumo, sustituyendo a las plazas, mercados y parques de los barrios como espacios de socialización. Al surgir ofertaban mejores precios y la comodidad de centralizar las compras en un único lugar como ventaja comparativa, para terminar aconteciendo como espacios de encuentro donde acudir a consumir sin necesidades predefinidas y pasar el tiempo libre como alternativa de ocio.
Los centros comerciales se instalan en lugares lejanos a las ciudades consolidadas y se sitúan junto a nudos de autopistas. Son diseñados para facilitar el acceso en vehículo particular, tanto es así que muchos se inauguran sin accesos en transporte público. Lugares que se distancian y diferencian de la ciudad pero que tratan de imitarla replicando el modelo del comercio tradicional. Calles fictícias donde mirar escaparates, con mejor iluminación, limpieza y especialmente seguridad, cualidades que se comienzan a deteriorar en el centro de muchas de nuestras ciudades.
Simulacros de ciudades donde se suceden los experimentos comerciales más increíbles, ajenos a cualquier vínculo de su actividad con los elevados impactos ambientales que impulsa. Entres los ejemplos más escandalosos podemos destacar la construcción de galerías comerciales junto a playas artificiales a 300 metros del mar o pistas de nieve en medio de un secarral.
Iniciativas que además de multiplicar los desplazamientos, con sus consumos energéticos y emisiones asociadas, contribuyen a simplificar las ciudades, al deslocalizar la actividad comercial de la vida cotidiana de la gente. Incluso llegan a convertirse en inspiración para la remodelación de áreas centrales de las ciudades reconvertidas en centros comerciales al aire libre.
Las alternativas ante la crisis energética y la emergencia climática requieren revertir y no fomentar estas dinámicas, fomentando el modelo de ciudad compacta. Una estructura urbana capaz de satisfacer las necesidades y mantener la complejidad reduciendo la movilidad motorizada, maximizando los efectos positivos de la proximidad. El pequeño comercio diverso y descentralizado a escala de barrio es un actor estratégico en cualquier proceso que trate de compactar las tramas urbanas y no de diseminarlas de forma difusa por el territorio.
Una apuesta de este tipo requiere de la complicidad e innovación del pequeño comercio, pero evidentemente no es una tarea que éste pueda acometer en solitario. Desarrollar las potencialidades del pequeño comercio guarda una estrecha relación con las políticas urbanísticas orientadas a facilitar la movilidad peatonal (itinerarios, ensanchar aceras, mosaicos de plazas, intensificar actividades comerciales en plantas bajas, reducir presencia del automóvil…), dinamizar la vida barrial y relocalizar funciones y actividades. Además las políticas de ayudas e incentivos deberían de dejar de subvencionar la ineficiencia ecológica que representa la instalación de centros comerciales y apostar por dinamizar las economías barriales.
Recientes investigaciones muestran como las comunidades locales donde predomina el pequeño comercio son más saludables que aquellas donde es mayoritaria la presencia de grandes superficies de carácter multinacional, demostrando, una vez más, que generalmente lo que mejora la salud del planeta también suele ser lo mejor para las personas.