El sistema alimentario mundial actual, basado en la agricultura de tipo industrial, tiene consecuencias nefastas sobre el medio ambiente y la salud de las personas. Este sistema se basa en el monocultivo de grandes extensiones de terreno, utiliza modos de producción altamente mecanizados, a menudo usa semillas transgénicas y elevadas cantidades de fertilizantes sintéticos y pesticidas. Se presentan como la agricultura “científica”, frente a los modos tradicionales de producción de alimentos. Este tipo de agricultura ha logrado imponerse, pese a sus negativos impactos, utilizando una idea: la agricultura industrial es capaz de producir más alimentos para dar de comer a la creciente población mundial. Pero, ¿es esto cierto?
No, esta afirmación es falsa. A decir verdad, sucede todo lo contrario: no tiene la capacidad para alimentar al mundo, y es especialmente evidente ahora –cuando casi 1.000 millones de personas padecen hambre crónica−, aunque no se trata tanto por un problema de producción, sino de distribución. Aunque la agricultura industrial sí ha aumentado la productividad por hectárea ha sido a costa de perder productos secundarios importantes, como la paja, y de disminuir la diversidad de productos; esto se produce a costa de un balance energético negativo y un agotamiento de los recursos. Además, hay varios estudios que plantean que la agricultura ecológica moderna es tan productiva como la industrial. Tampoco en el largo plazo la agricultura industrial puede alimentar al mundo porque su uso intensivo de insumos externos y los residuos que genera la hace totalmente insostenible. El planeta no puede aguantar sus modos de producir comida o su expansión indefinida.
El primer hecho que conviene dejar claro es que la agricultura industrial es uno de los principales motores del cambio climático. Su modo productivo hace un uso intensivo de combustibles fósiles a lo largo de sus procesos mecanizados y utiliza de forma intensiva enormes cantidades de productos petroquímicos. Además, produce en cualquier rincón del planeta alimentos, piensos o agrocombustibles con destino al mercado mundial, por lo que sus productos recorren cientos y miles de kilómetros antes de llegar a su destino, y lo hacen utilizando medios de transporte movidos −mayoritariamente, aunque una pequeña parte también son agrocombustibles− por derivados del petróleo. Como es sabido, las reservas mundiales de petróleo se están agotando rápidamente y estamos alcanzando lo que los expertos denominan el “pico del petróleo”, [1] es decir, la era del petróleo barato que ha sostenido el actual sistema alimentario (y el sistema económico en general) llega a su fin. Igualmente, las industrias procesadoras y de distribución de alimentos −tan empaquetados− contribuyen también al cambio climático con sus emisiones. No es de extrañar que la agricultura industrial genere, al menos, el 30% de las emisiones de los gases de efecto invernadero, y el sistema agroalimentario en su conjunto podría aportar hasta el 50% de las emisiones que provocan el cambio climático. [2] Pero además, el uso intensivo de agroquímicos y su forma de producción –monocultivos que reducen la biodiversidad, semillas modificadas, fertilizantes sintéticos y plaguicidas químicos− agota los nutrientes de los suelos y la capacidad de estos para capturar y absorber carbono.
Igualmente, el cambio climático incide especialmente en la agricultura reduciendo el rendimiento. Con aumentos pequeños de temperatura de 1-2ºC en las latitudes altas se espera un aumento en la productividad de las cosechas, mientras en las bajas disminuyen las cosechas. Con aumentos mayores de las temperaturas habría una disminución generalizada en las cosechas. Se prevé que por cada grado de aumento de las temperaturas, la cosecha de arroz disminuye en un 10%; en los países de África subsahariana pueden registrar una reducción de sus cosechas para 2080 que oscila entre el 20 y el 30% (llegando al 50% en Sudán y Senegal). [3]
Por otra parte, los residuos de los agroquímicos acaban en los ríos y fuentes de agua, lo que perjudica la salud de las personas y de los animales que beben el agua contaminada, y causa numerosas enfermedades e incluso la muerte. También causa la eutrofización [4] de lagos y mares, donde ya no es posible la vida. La dependencia de fertilizantes y plaguicidas no naturales hace estos cultivos muy poco resistentes a las plagas pero también a los vaivenes del clima, que previsiblemente se intensificarán en los próximos años a medida que el cambio climático se manifieste más intensamente. [5] Así que difícilmente se pueda confiar en estas cosechas para alimentar a la población del planeta.
Además, este modelo de agricultura hace un uso irracional de los recursos, y especialmente de un bien tan preciado como el agua, sin tener en cuenta la capacidad y especificidad de los suelos, cultivando, por ejemplo fresas en las tierras arenosas de Huelva o pepinos en la desértica Almería. Allá en donde se instala emplea el mismo modo de producir, da igual que se trate de la selva amazónica, la sabana africana o las estribaciones del Sahara. ¿Sabías que para producir un litro de etanol (una forma de agrocombustible) a partir de maíz se necesitan entre 1.200 y 3.400 litros de agua? La caña de azúcar también precisa mucha agua.
El modelo de agricultura industrial está gestionado por grandes corporaciones, que prosperan apoyadas por gobiernos y agencias internacionales, y cuyas actividades les generan grandes beneficios monetarios, eso sí, a costa de la naturaleza y de nuestra salud. Estas corporaciones representan enormes embudos y emplean prácticas oligárquicas: solo tres compañías controlan el comercio mundial de semillas, y tan solo cinco empresas distribuyen el 75% de los alimentos que llenan los estantes de las tiendas y supermercados españoles. [6] La sobreproducción es otra de sus características. Sus productos, cultivados a menudo bajo plástico y conservados en cámaras frigoríficas durante semanas, ni siquiera saben a lo que tendrían que saber: los tomates no saben a tomate; es más, apenas saben a nada. La agricultura agroindustrial forma parte de un sistema alimentario imperante en los países ricos que es hipercarnívoro, hipercalórico, que demanda todos los productos sean o no de temporada y que además fomenta la obesidad. Y después de todos esos costes, un tercio de la comida acaba en la basura…
Por ello, es necesario y urgente cambiar este sistema alimentario.
¿Hay alternativas?
¡Sí!
La agroecología, un enfoque integral basado en la agricultura de pequeña escala, que utiliza fertilizantes naturales y semillas mejoradas por los/as campesinos/as a lo largo del tiempo. Los cultivos se seleccionan en relación a las características del entorno y utiliza los recursos –como el agua− de forma sostenible; además, dirige sus productos, sobre todo, a los mercados locales, con poco o ningún envase.
La agroecología se guía por una visión a largo plazo al tiempo que valora los saberes tradicionales. Plantea «una ética ecológica y social encaminada a una nueva relación de la sociedad con la naturaleza a partir de sistemas productivos socialmente justos». [7]
Si el modelo de agricultura industrial acelera el cambio climático, la agroecología no solo no lo acelera, sino que lo ralentiza al posibilitar y potenciar la captura y fijación de carbono en el suelo. [8]
En este cuadro se recogen algunas diferencias entre agricultura industrial y la agroecología.
Observa esta infografía de The Christensen Fund (en inglés) y compara por tí mism@ los efectos de ambos modos de producir alimentos. (Pincha en la imagen para ampliar).
En este vídeo de Food Myths Busters también te explica las diferencias entre agricultura industrial y agroecología (en inglés, con subtítulos en español. También puedes leer el texto del guión en castellano).
Y si quieres saber más de cómo funcionan las grandes corporaciones de la alimentación, busca la película Nosotros alimentamos al mundo, de Erwin Wagenhofer (disponible en mediatecas públicas), y descubre los secretos más ocultos sobre cómo se produce los alimentos que comemos. Las declaraciones del directivo de Nestlé que cierran el documental sintetizan cómo las corporaciones conciben el sistema alimentario global.
También puedes buscar las películas de Marie-Monique Robin, disponibles en YouTube:
Además, te invitamos a explorar más a fondo cómo funciona el sistema alimentario global con el dossier Lo que nuestra nevera esconde, que incluye guía didáctica y actividades.
Si quieres promover el cambio del actual sistema alimentario y quieres actuar, en esta web tienes muchas ideas: Piensa-Aliméntate-Ahorra
¡Bon apetit!
NOTAS
[1] El “pico del petróleo” alude al hecho de que ya hemos consumido la mitad de las reservas globales existentes –que coinciden con las más fáciles de extraer y más baratas −, y ya estamos utilizando la segunda mitad de las reservas, mucho más difíciles y caras de extraer. Además, una vez pasado el pico, el flujo de petróleo extraído de los campos decrece.
[2] V. Martínez y F. García, Cocinando el planeta. Hechos, cifras y propuestas sobre cambio climático y sistema alimentario global, elaborado por GRAIN, Entrepueblos, campaña No te comas el mundo, Xarxa de Consum Solidari, Observatorio de la Deuda en la Globalización y Veterinarios sin Frontera, Barcelona, 2009, p. 4. Disponible en: http://www.noetmengiselmon.org/spip.php?article315
[3] Lo que nuestra nevera esconde, Global Express nº 19, Intermón Oxfam, marzo 2013. Disponible en: http://www.kaidara.org/es/lo-que-nuestra-nevera-esconde
[4] «La eutrofización es un aumento descontrolado de los nutrientes de las plantas y de las algas, nitratos y fosfatos principalmente. Si esto ocurre, las algas crecen a gran velocidad formando una alfombra flotante que no deja entrar la luz nada más que en la parte más superficial del agua; el crecimiento exagerado de las capas superiores de esta alfombra produce la muerte de las capas inferiores; este proceso se repite continuamente con lo que se forma gran cantidad de materia orgánica muerta que va llenando el fondo del lago. El agua en un principio transparente empieza a volverse turbia». Fuente: Aspectos ambientales. Contaminación de ríos y lagos, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Educación, Departamento de Didáctica de CC. Experimentales. Disponible en: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/diciex/proyectos/agua/contaminacion_riosylagos.html
[5] Véase el infome El estado del clima mundial 2001-2010, Organización Meteorológica Mundial, OMM nº 1119, 2013. Disponible en: http://library.wmo.int/pmb_ged/wmo_1119_es.pdf
[6] Lo que nuestra nevera esconde, 2013, op. cit.
[7] Miguel Altieri y Víctor M. Toledo, La revolución agroecológica en Latinoamérica, Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), 2011. Disponible en: http://www.agroeco.org/socla/pdfs/AGROECOLOGIA%20ALTIERI%20TOLEDO.pdf
[8] Ibidem.
Creo yo que el “pico del petròleo” más bien es cuando se explota más cantidad de la que extrae, punto al que según BP y otros ya se llegó hace poco; unido al hecho de que en diez años se habrán agotado la inmensa mayoría de los yacimientos, el colapso energético está servido a medio plazo, y por ende sus catatróficas consecuencias: a quien pueda parecerle en exceso catastrofista, le invito a que mire a su alrededor, y que tenga en cuenta que un cambio de modelo energético como el que se avecina, puede llevar treinta o cuarenta años siendo optimistas, porque más tiempo tardó el petróleo en “reinar” absolutamente. Y no hay tiempo.
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