Tiempo de actuar

Las relaciones humanas con el resto de los animales en clave educativa

Volvemos de vacaciones y lo hacemos hablando de animales. Los animales están muy presentes en nuestras vidas y también en nuestros imaginarios: inundan el mundo infantil a través de cuentos y peluches y nos acompañan a lo largo de la vida, son objeto de nuestros hobbies o nuestros entretenimientos, pueblan nuestras expresiones y mundo simbólico, y a menudo acaban en nuestros menús. Sin embargo, estando tan presentes se mantienen en un segundo plano, silenciosos… o al menos nosotros y nosotras no logramos escuchar sus sonidos, como bien reflejó el artista callejero Banksy en su “Sirens of the Lambs” (Las sirenas de los corderos), que contrasta la amabilidad de los peluches con la cruda realidad de su destino en la industria alimentaria.  Así, esta imagen amable que nos ofrecen en nuestra sociedad peluches y animales de compañía no se corresponde que el trato utilitarista que los reduce a meros objetos y que causa gran sufrimiento a los millones de animales criados por la ganadería industrial, en la experimentación científica y en actividades festivas o de entretenimiento.

Sirens of Lambs. Banksy

En esta situación, cabe interrogarnos sobre nuestras relaciones con los demás animales. Porque, recordemos, también somos parte del reino animal, aunque nos hayamos esforzado tanto en borrarlo como para trazar una separación absoluta, un abismo ontológico entre ellos y nosotrxs. Esta mirada  sesgada y antropocéntrica de mirar el mundo se conoce actualmente como especismo,[1] y que justifica la excepcionalidad humana en base a su “superioridad intelectual” y otras supuestas diferencias. Esta forma de mirar el mundo, que funciona como cualquier otra ideología segregadora, compartimentando y jerarquizando,  resulta muy perniciosa tanto para el planeta como para numerosas especies vegetales y animales. Aunque el planeta está habitado por miles de especies, el ser humano ha logrado apropiarse de más de una tercera parte de la producción de los ecosistemas terrestres y de la mitad del agua dulce utilizable.[2] Así, todas las especies, ya sean humanas o no, afrontan actualmente un cataclismo ecológico de reducción de la biodiversidad causado por el Homo sapiens que, por sus dimensiones, ya se denomina la Sexta Extinción.

Es importante examinar críticamente esta visión para avanzar hacia otras formas de relacionarnos con la tierra y los seres que la habitamos desde perspectivas menos reduccionistas. Y resulta fundamental incluir este debate también en las aulas en primer lugar para visibilizar en el alumnado una problemática en buena parte oculta y en segundo lugar para fomentar la reflexión crítica en torno al tema. Para ello, proponemos una técnica dirigida a Secundaria y Bachillerato y recogemos varias dinámicas y recursos educativos para todos los niveles educativos. Al tratarse de una cuestión trasversal, puede trabajarse en diferentes niveles y distintas asignaturas, como filosofía, ciencias, economía, inglés, literatura y expresión plástica. Pero antes, recogemos algunos apuntes que podrían resultar útiles para orientar las sesiones.

 

Un poco de historia

Conviene recordar que este tipo de relación con otros animales no humanos no es universal, pues otros pueblos han tenido relaciones más amables. Por ejemplo, como recuerda Jorge Riechmann,[3] «Numerosos mitos en muchos pueblos del mundo presuponen un parentesco primordial entre los seres humanos y los animales, y dan cuenta de sus relaciones en término de intercambio entre prójimos». Para muchos pueblos, incluso, no coinciden las categorías de ser humano y persona: puede haber personas entre los animales, mientras que algunos seres humanos pueden no ser considerados personas.[4]

Hecho este apunte, abordaremos brevemente algunos datos históricos en nuestra particular relación entre humanos y otros animales.[5] Dos tradiciones han alimentado nuestros sesgos antropocéntricos: el judaísmo y el pensamiento de la Grecia antigua, que se unen en el cristianismo. Solo cuando los pensadores empiezan a adoptar posturas más independientes de la Iglesia surge una visión más matizada en las relaciones humanos-no humanos. Según la Biblia, Dios creó al “hombre” a su imagen y semejanza y lo situó en una posición especial en el universo, como cumbre de la creación, y como tal confió los animales al cuidado de los humanos, aunque esta excepcionalidad se ha reinterpretado como potestad total de los humanos sobre el resto de los animales. Esta idea tiene continuidad en el mito de Noé y sus salvación –y posterior sacrificio «de todas las bestias puras y de todas las aves puras»‒ del diluvio universal. En el pensamiento de la Grecia clásica hubo tendencias opuestas. Mientras Pitágoras, entre otros, instó a tratar a los animales con respeto (en base a la creencia de la transmigración de las almas), Aristóteles afirmaba que los animales existen para servir a los propósitos de los seres humanos, aunque a diferencia de la Biblia, no establece un abismo ontológico entre humanos y resto del mundo animal, eso sí, otorga al humano una condición especial como “animal racional”. El cristianismo llevó al mundo romano la idea de la singularidad de la especie humana.

Este debate resurge con fuerza en el siglo XVII a través del que se ha considerado padre de la filosofía moderna, René Descartes. Descartes sostenía que todo lo material estaba gobernado por los principios de la mecánica, excepto el ser humano, dotado de alma, lo que le otorgaba la consciencia. Esto dejaba a los animales sin posibilidad de ser reconocidos como seres conscientes. «Son simples máquinas ‒decía Descartes‒, autómatas» incapaces de experimentar placer ni dolor ni ninguna otra cosa, incluso aunque chillen cuando se les corta con un cuchillo». Descartes es famoso por las vivisecciones de animales vivos que practicaba con otros mecanicistas para mejorar sus conocimientos de anatomía.

En torno a los excesos cartesianos con los animales, Voltaire, un representante de la Ilustración, señaló:

«Hay salvajes que se apoderan de este perro, que tan sobradamente supera al hombre en fidelidad y amistad, lo clavan a una mesa y lo despedazan vivo para mostrar sus venas mesentéricas. Se descubren en él los mismos órganos sensoriales que en uno mismo. Contéstame, mecanicista, ¿es que la naturaleza ha dispuesto todos los resortes sensoriales en este animal con el fin de que no sienta?».[6]

Por su parte, el filósofo David Hume se hacía eco de este sentimiento de repulsa al maltrato animal cuando decía que estamos «obligados por las leyes de la humanidad a dar un tratamiento benigno a estas criaturas».[7]

El debate continuó. Kant reforzó los planteamientos cartesianos al plantear abiertamente que: «En lo que respecta a los animales, no tenemos deberes directos para con ellos. No son conscientes de sí mismos, y están ahí meramente como un medio para un fin. Ese fin es el hombre».[8]

Pero la cuestión que abrió una nueva actitud hacia los animales y cuya estela llega hasta hoy la planteó Jeremy Bentham, quien en 1780 respondía a Kant con estas palabras: «La pregunta no es ¿pueden razonar?, ni tampoco ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?». Como indica Singer, al comparar la situación de los animales con la de los esclavos negros, Bentham fue quizá el primero en denunciar “el dominio del hombre” como tiranía en lugar de considerarlo un gobierno legítimo.

El debate filosófico trajo en el siglo XIX mejoras prácticas en las condiciones de los animales y aparecieron las primeras leyes que prohibían la crueldad innecesaria hacia ellos al tiempo que surgen las primeras asociaciones contra el maltrato animal.

Hacia el final de siglo, las teorías de la evolución de Darwin dieron al traste con la supuesta separación entre los animales humanos y los no humanos y las ideas de supremacismo humano se tambalearon. En el capítulo 3 de El origen del hombre Darwin realiza una revisión comparada de las capacidades mentales del hombre y las de los “animales inferiores” y resume así los resultados:

«Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las diversas emociones y facultades, tales como el amor, la memoria, la atención y la curiosidad, la imitación, la razón, etc., de las que presume el hombre, pueden encontrarse en una condición incipiente, e incluso a veces bien desarrolladas, en los animales inferiores».[9]

Y en el capítulo 4 Darwin llega a sugerir que el sentido moral del hombre puede remontarse a los instintos sociales de los animales, «que les llevan a encontrar placer en la compañía mutua, a sentir afinidad mutua y a realizar servicios de mutua asistencia».[10] Igualmente argumentó en base a sus investigaciones a favor de los paralelismos entre las emociones de los humanos y la de los otros animales, al igual de la autoconciencia de la que gozan, al menos algunos animales, un rasgo que se atribuía únicamente al humano.[11]

Aunque las ideas de Darwin causaron enorme resistencia y rechazo, acabaron por aceptarse y perfilaron la visión moderna de la naturaleza. Si las ideas de Darwin impulsaron la noción de que la diferencia entre animales humanos y no humanos era una cuestión de grado (cuantitativa) más que de naturaleza (cualitativa), más recientemente avanza la propuesta[12] de que no se trata ni de una ni de otra: las diferencias entre especies son sencillamente eso, diferencia, y ninguna especie se sitúa por encima o por debajo de ninguna otra. Sin embargo, todas estas ideas, lejos de provocar una revolución de las prácticas hacia los animales como habría sido coherente, se desarrollaban en paralelo al establecimiento de las bases de una explotación intensificada de la naturaleza en su conjunto, y también de los animales no humanos a través de la cría masiva de animales para la alimentación humana ‒que significó condiciones de cría, transporte y sacrificio penosas para ciertas especies‒. Se calcula que cada año son sacrificadas al menos 200 millones de animales para la industria alimentaria. También en la experimentación científica se sacrifican cada año varios millones de animales, que proporcionan pocos resultados contrastables. Según los propios científicos, muy pocos de estos dolorosos y a menudo mortales experimentos que se realizan con animales son tan siquiera imprescindibles ya que aportan poca evidencia, a menudo resultan irrelevantes y además existen alternativas para llegar al mismo conocimiento por otras vías. Otros miles y millones de animales siguen pereciendo en diversas actividades festivas o de entretenimiento.

Entretanto, la investigación sobre los propios animales no humanos ha seguido adelante, con resultados asombrosos que derrumban poco a poco los prejuicios mantenidos en torno a la singularidad humana en base a su inteligencia y otras capacidades cognitivas, de conciencia, emocionales, de sociabilidad y comunicación, etc.[13] La investigación en torno a los vertebrados ha ido por delante. Por ejemplo, ya sabemos de la capacidad de reconocerse en un espejo ‒autoconciencia‒ entre los grandes simios, delfines, elefantes, cerdos y urracas. Los estudios han demostrado que, como mínimo, las emociones básicas y el dolor no dependen de tener un cortex cerebral, sino que las emociones se generan en zonas subcorticales de regiones internas del cerebro, que son similares entre especies. Incluso los peces han mostrado que tienen nocipercepción y que pueden sentir dolor (aunque su experiencia del mismo pueda ser diferente a la humana). Pero los animales no humanos comparten otros rasgos (morales) que creíamos exclusivos, como muestra el fascinante artículo de Helen Proctor:[14] los chimpancés pueden ser generosos; los ratones, ratas y gallinas pueden mostrar empatía, diversas especies muestran optimismo y pesimismo, entre otros. También tienen intencionalidad, planifican, presentan estructura social y lenguaje, tienen intereses, hacen uso de herramientas para construir herramientas… muchas de las propiedades en las que se había basado la excepcionalidad humana. Además de las características de cada especie, empiezan a reconocerse los rasgos individuales distintivos que permiten hablar de personalidad propia de cada especímen.

La investigación en invertebrados está mucho menos desarrollada dadas las dificultades que lleva asociadas. Al carecer de un sistema nervioso central y de ciertas estructuras del cerebro se había asumido que los invertebrados no podían sentir dolor ni ninguna otra cosa. Sin embargo, la investigación con cefalópodos ‒como pulpos, calamares y sepias‒  arroja que no solo sienten dolor, sino que poseen una notable inteligencia y experimentan distintas emociones. También se han constatado las capacidades de aprendizaje simple y memoria de los caracoles de mar y la mosca de la fruta.[15] Por su parte, los crustáceos han mostrado en diferentes estudios su capacidad para sentir dolor, lo cual es plenamente consecuente con el hecho de que el dolor constituye un excelente mecanismo de supervivencia en el proceso evolutivo.

Este cúmulo de investigaciones ha transformado radicalmente nuestra comprensión sobre las capacidades de los animales no humanos. En este sentido, un selecto grupo de investigadores, entre los que figuraba Stephen Hawkings, firmó en 2012, al término de una serie de conferencias, la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia en los animales humanos y no humanos, que confirma que «las estructuras cerebrales responsables por los procesos que generan la conciencia en los humanos y otros animales son equivalentes».[16]

Todo ello ha ido impulsado tímidos cambios sobre cómo los humanos concebimos y nos relacionamos con el resto de los animales que han tenido su eco en el ámbito normativo. En el ámbito europeo, el Tratado de Lisboa de la UE, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, reconoce que los animales (no humanos) son seres sintientes y hace un llamamiento a los Estados-miembro para que presten plena atención al bienestar de los animales en la agricultura, pesca, transporte, investigación y desarrollo y políticas del espacio. En muchos países se ha desarrollado la legislación para evitar la crueldad a los animales no humanos y mejorar sus condiciones de existencia. En concreto, en el Estado español se puede revisar esta recopilación. En 2015 se modificó el Código Penal para tipificar como delito y endurecer las penas por abusos a diferentes categorías de animales no  humanos, y en 2017 el Congreso aprobó por unanimidad instar al Gobierno a una reforma del Código Civil para que todos los animales sean reconocidos como seres sintientes, pendiente aún de realizarse.

Jeremy Bentham sostenía en Introduction to the Principles of Morals and Legislation en 1789, año de notables connotaciones revolucionarias, que «es probable que llegue el día en el que el resto de la creación animal pueda adquirir aquellos derechos que jamás se le podrían haber negado a no ser por otra de la tiranía. Los franceses han descubierto que la negrura de la piel no es razón para que un ser humano haya de ser abandonado sin remisión al capricho de un torturador. Quizá un día se llegue a reconocer que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum son razones igualmente insuficientes para dejar abandonado al mismo destino a un ser sensible». Más de dos siglos después avanzamos lentamente hacia ese objetivo.

 

TÉCNICA

Asignatura: Filosofía, literatura.

Nivel: Secundaria y Bachillerato.

Desarrollo de la técnica:

El debate sobre las relaciones humano-animal. Frases extractadas (pdf)

 

Selección de materiales educativos

INFANTIL Y PRIMARIA

SECUNDARIA

VARIOS NIVELES

 

 

Otros recursos 

Música

 

Cuentos/ Libros

 

Poesías  para despertar la empatía hacia los animales (Secundaria y Bachillerato)

http://aulaanimal.com/primaria/despertando-la-empatia-hacia-los-animales-a-traves-de-la-poesia

 

Viñetas

       

 

Documentales

 

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NOTAS

[1] El término inglés ‘speciesism’ fue acuñado en 1970 por Richard Ryder. Apareció por primera vez en un panfleto que distribuyó por Oxford, donde él se encontraba, ese mismo año. El panfleto llevaba precisamente ese título: “Speciesism”. Citado en: https://masalladelaespecie.wordpress.com/2012/11/15/los-inicios-de-la-palabra-especismo/#more-374

[2] Citado en J. Riechmann, Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada, Granada, 2003, p. 215.

[3] J. Riechmann, Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada, Granada, 2003, p. 442.

[4] Para profundizar en este tema, puede consultarse el capítulo 10 del libro citado de J. Riechmann.

[5] Notas basadas en el cap. 5 del libro citado de P. Singer, Liberación animal, Taurus, Madrid, 2011.

[6] Diccionario filosófico, s.v. «Bestias». Citado en P. Singer, 2011, Op. cit., p. 233.

[7] Investigación sobre los principios de la moral, Alianza, Madrid, 1991, cap. 3. Citado en P. Singer, Liberación animal, Taurus, Madrid, 2011, p. 233.

[8] Lecciones de ética, Crítica, Barcelona, 1988. Citado en P. Singer, Liberación animal, Taurus, Madrid, 2011, p. 234.

[9] El origen del hombre, Ibéricas, Madrid, 1966.

[10] P. Singer, Op. cit., p. 237.

[11] Ch. Darwin, La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, Alianza, Madrid, 1998.

[12] T. Ingold, por ejemplo en el epílogo de K. Gibson y T. Ingold (eds.), Tools, Language and Cognition in human evolution, Cambridge University Press, 1993.

[13] H. Proctor, Animal Sentience: Where are We and Where are We Heading?, Animals (Basel). 2(4): 628–639, 2012. Disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4494284/#B6-animals-02-00628

[14] Ibídem.

[15] I. J. H. Duncan, «The changing concept of animal sentience», Applied Animal Behaviour Science, 100:11-19, 2006.

[16] Pueden consultarse la versión en español en: http://www.anima.org.ar/wp-content/uploads/2016/03/Declaraci%C3%B3n-de-Cambridge-sobre-la-Conciencia.pdf

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