La industrialización de la actividad agraria se desarrolla en los años 60, de la mano de la llamada Revolución Verde que formalmente aspiraba a erradicar el hambre en los países del Sur Global. Esta dinámica suponía el incremento de las cosechas mediante la intensificación, la mecanización y la promoción de monocultivos. Esta transformación supuso la desarticulación de las comunidades campesinas (endeudamiento, éxodo rural, concentración económica, pérdida de conocimientos…) y el comienzo de unos impactos ambientales crecientes (erosión, salinización y compactación de suelos, pérdida de biodiversidad, afecciones a la salud de los plaguicidas…).
Una dinámica que se ha ido intensificando con el paso de los años, provocando la llegada de los escándalos alimentarios y sus impactos sobre la salud (vacas locas y e-coli en Europa, leches contaminadas y sandías que explotan en China…), la falta de sabor, la pérdida de valor nutritivo de muchos alimentos, etc. Los problemas de sobrepeso inducido por los hábitos y dietas hipercalóricas han terminado por generar una desafección hacia el sistema agroalimentario en buena parte de la opinión pública.
La desconfianza y el desapego creciente de la población coinciden con las altísimas dependencias del sistema alimentario global de los combustibles fósiles (elevada mecanización, abonos de síntesis, distancias de miles de kilómetros en su distribución…) y el hecho de que sus aportes sean un 30% de los gases de efecto invernadero causantes del cambio climático. Cada vez más literalmente comemos petróleo y percibimos que el modelo vigente resulta inviable a medio plazo.
Ante esta situación han comenzado a proliferar los grupos de consumo agroecológico, colectivos de personas que se reúnen para organizar conjuntamente la compra de los alimentos directamente a productores de proximidad y a precios razonables. Una dinámica que permite activar en entornos urbanos los denominados Circuitos Cortos de Comercialización (CCC), que funcionan atendiendo al equilibrio entre las demandas/necesidades de productores y consumidores, contrarrestando el poder que monopolizan las grandes distribuidoras.
Estas experiencias garantizan unos ingresos constantes a los productores, conforman a unos consumidores más sensibilizados, ayudan a prescindir de los intermediarios, etc. Además estas iniciativas reducen la distancia física y simbólica entre productores y consumidores, devolviéndole al acto de intercambiar una dimensión relacional con un valor que va más allá de las relaciones convencionales basadas en abaratar precios o maximizar las ganancias.
Los CCC, en esa vocación de abastecer a los consumidores productos agroecológicos cercanos, ponen en valor los espacios agrícolas periurbanos, a la vez que favorecen la viabilidad económica y la dignificación de un mundo rural vivo, así como un reequilibrio territorial y económico entre el campo y las ciudades.
Los grupos de consumo acercan los productos agroecológicos a personas que los consideraban exclusivos o fuera de su alcance por su precio, ayudando a generar una inercia social y una sensibilización hacia este tipo de consumo. Además de un beneficio económico y ambiental, estas iniciativas están permitiendo la dinamización y renovación de los tejidos asociativos. Al ser ejercicios de auto-organización comunitaria, además de satisfacer necesidades, se convierten en lugares que permiten el encuentro y la relación con otras dinámicas asociativas (vecinales, ecologistas, huertos urbanos…).
Actualmente los grupos de consumo acceden a una pluralidad muy grande de productos (hortícolas, lácteos, carne, pescado, pan, cosméticos, aceites…) y muchos de ellos van adquiriendo formas muy eficientes de funcionamiento, convirtiéndose en alternativas reales de consumo. Esto no quiere decir que sean experiencias idílicas, pues requieren de cambios en los hábitos, planificación, dedicar tiempo a la dimensión participativa, tienen limitaciones a la hora de crecer o replicarse… .
Los grupos de consumo son laboratorios sociales que innovan, experimentan y, obviamente, se equivocan. Actualmente se está tratando de aprender de los errores, investigar las deficiencias y problemas de estas iniciativas de cooperación, que además de dar de comer perfilan e inspiran otro modelo agroalimentario.