Las ciudades reflejan las principales tendencias de nuestra época, al concentrar la mayor cantidad de población mundial, tener las mayores proyecciones de desarrollo o porque sus dinámicas están provocando una creciente incidencia global en el consumo de recursos, generación de residuos y producción de impactos ambientales. Hecho que se que se traduce en que cerca del 80% de la huella ecológica global es generada solamente en el 15% del territorio.
Hace veinte años en el discurso de clausura de la Cumbre de Río de 1992, M. Strong planteaba que la batalla global por la sostenibilidad se ganará o perderá en las ciudades. Una afirmación que el tiempo ha ido verificando y que nos impulsa a transformar los asentamientos humanos en clave de sostenibilidad y equidad social. Algunas de las experiencias más relevantes de regeneración de la ciudad consolidada son los denominados ecobarrios, iniciativas locales y parciales pero que apuntan en la dirección correcta.
La escala barrial es una esfera pública abarcable y comprensible, propicia para promover un mayor protagonismo de la sociedad civil y abrir un lugar para la vida comunitaria en la gran ciudad. Lo local como espacio próximo donde el esfuerzo para intervenir es menor, permite que las transformaciones resulten más perceptibles y que las políticas públicas puedan ser más ambiciosas.
Los ecobarrios son una de las fórmulas integrales que mejor condensan las necesarias transformaciones que deben atravesar nuestras ciudades. Unos cambios que simultáneamente son urbanísticos (movilidad sostenible, conexión del barrio con la ciudad, descentralización, diseño del espacio público, tipología viviendas…), ambientales (eficiencia energética, gestión de residuos, agua…) y sociales (apropiación ciudadana de los procesos, participación, identidad, dimensión económica y de diversidad social…).
Un ecobarrio no es un barrio convencional con placas solares y un tranvía, se trata de iniciativas que conjugan la rehabilitación del patrimonio urbano en clave de sostenibilidad con la rehabilitación relacional, los procesos participativos y la adopción de estilos de vida comunitarios más ecológicos. La de ecobarrio es una noción que tiene cierta trayectoria, pero que a partir de la proliferación de experiencias piloto por toda Europa ha ido ganando peso en los debates sobre urbanismo ecológico y ecología urbana.
Siguiendo estos patrones, una de las iniciativas de referencia internacional es la reconversión de unos antiguos cuarteles militares de la OTAN en el Ecobarrio Vauban en la ciudad de Friburgo. Un barrio autoconstruido por cooperativas de vivienda y grupos colectivos de autopromoción con estrictos criterios bioclimáticos para la edificación, sistemas de calefacción comunitaria, sistemas de financiación que incorporan la economía social y solidaria, producción de energía solar, captación de pluviales, diseño participativo de los espacios públicos y de los equipamientos colectivos, incorporando espacios para el emprendizaje, peatonalizado y con la renuncia de muchos habitantes a tener coche, iniciativas de coche compartido o mercados de agricultura ecológica semanales.
Los ecobarrios componen en la actualidad un archipiélago de asentamientos urbanísticamente sostenibles donde se van ensayando estilos de vida que transitan hacia la sostenibilidad. Algunas de estas experiencias se pueden encontrar en el trabajo de Carlos Verdaguer e Isabela Velázquez sobre regeneración urbana integral, otras se pueden rastrear por Internet como la experiencia de Hammarby en Estocolmo o la londinense Bed Zed.
Una pluralidad de iniciativas que han tenido tímidos ecos en nuestra geografía, aunque alguna resonancia si que ha llegado. La remodelación de Trinitat Nova en Barcelona sería la iniciativa más integral que se ha realizado, otros barrios de nueva edificación como el proyecto de ecobarrio de Figueres siguen su estela pero desincentivando la dimensión social, transitando del ecobarrio como proceso al ecobarrio como proyecto arquitectónico.
En américa Latina se está produciendo una dinámica de gran interés cuando, al abrigo de la reflexión en torno a esta noción, en algunos barrios populares se asiste al surgimiento de un proceso de participación comunitaria al que se incorpora con gran facilidad la dimensión ambiental. Modestas iniciativas que apuntan a la posibilidad de que el vecindario de villas y barrios populares sea capaz de sostener el protagonismo en la reconversión ecológica de su entorno. Experiencias como la de Bogotá o Santiago de Chile apuntan en esa dirección.
Ecobarrio sería, por tanto, un término conflictivo y en conflicto, al correr el riesgo de adjetivar tanto procesos urbanísticos nada sostenibles como de acompañar a las experiencias más innovadoras de urbanismo ecológico. Así que conviene leer la letra pequeña para no confundir el urbanismo convencional disfrazado de verde con los ecobarrios.
Los ecobarrios son excepciones urbanísticas que deberían convertirse en la norma, singularidades con un alto valor ejemplarizante e inspirador. Estos barrios esbozan las nuevas arquitecturas y praxis urbanas que deben de emerger de nuestras plazas, calles y parques para abordar con mínimas garantías la crisis energética y climática hacia la que transitamos.