La ciudad ha significado a lo largo de la historia un gran avance ecológico, ya que –como afirma Enric Tello- es «la forma de convivir que nos permite multiplicar la oportunidades de relación con el mínimo coste de acceso. Desde ese punto de vista, la ciudad es, en términos de ecología urbana, un gran descubrimiento evolutivo, que tiene muchas virtudes desde el punto de vista ecológico, y a la vez se convierte en un espacio para el desarrollo humano, para capacitar, dar libertad y opciones a las personas».
Un avance que ha devenido en retroceso al multiplicarse exponencialmente el número de ciudades y habitantes urbanos, al ampliarse desmesuradamente las superficies urbanizadas y convertir estos espacios en los máximos consumidores de recursos, generadores de desechos y responsables principales de los impactos ambientales globales.
La arquitectura, el urbanismo y la gestión de ciudades se encuentran ante una coyuntura que cuestiona los modelos de planificación heredados de un mundo donde era sencillo el acceso a la energía abundante y barata. Las ciudades se han convertido en los entornos vulnerables ante fenómenos como la crisis energética o el cambio climático, quedando emplazadas a un nuevo protagonismo donde sean capaces de reinventarse para hacer frente a un incierto futuro.
Resulta urgente desarrollar un urbanismo de anticipación que tome la iniciativa en conciliar nuevas praxis urbanas e innovadoras políticas públicas a nivel local, reorientando el funcionamiento de la ciudad antes de que se sucedan acontecimientos ambientales previsiblemente desestabilizaciones. Se necesita con una urgencia cada vez mayor un urbanismo estratégico que limite la expansión urbana (protegiendo prioritariamente los sistemas naturales y agrarios que circundan la ciudad) y priorice la intervención sobre la ciudad consolidada: impulsando la rehabilitación integrada de barrios (edificatoria, energética, económica y social), maximizando el aprovechamiento del patrimonio construido (edificios, vivienda vacía, naves industriales, infraestructuras obsoletas…), activando los vacíos urbanos para devolverles un valor de uso (conversión con escasa inversión económica en huertos comunitarios, espacios públicos autogestionados, equipamientos deportivos…), rediseñando los barrios de cara a fomentar la diversidad de población (edades, rentas…) y usos (comerciales, laborales, residenciales, ocio…), con niveles de densidad y de compacidad cualificados frente a la “ciudad difusa”.
Las políticas urbanas deben promover la descentralización funcional, administrativa y política, concibiendo la ciudad como una red policéntrica de barrios en la que se debe buscar un reequilibrio social y territorial. Barrios vitales donde se fomente el comercio de proximidad, los servicios públicos, las dotaciones culturales y de ocio a escala local, facilitando el encuentro y la socialización de las comunidades.
Sólo así se podrán aprovechar las aportaciones que procedan de la tecnología, como la arquitectura bioclimática (aprovechar las singularidades del terreno a la hora de orientar las edificaciones, aislar los edificios, diseñar la iluminación o la ventilación, construir a partir de materiales locales, renovables y reciclables…), el urbanismo solar (desarrollando el potencial de producción energética local y descentralizada en equipamientos públicos y comunidades de propietarios) y la relocalización de forma ordenada de la actividad productiva (fomentando la actividad profesionalizada agraria y ganadera no intensiva en espacios periurbanos, reubicando actividades industriales diversificadas, de pequeña o mediana escala, promoviendo iniciativas de economía social y solidaria…).
Una transición urbana que ya ha comenzado, y que en diversos municipios esparcidos por todo el planeta han ido implementando políticas urbanas alternativas de forma paulatina durante la última década. Iniciativas como ProjectZero Sønderborg (Dinamarca), que aspira a ser una ciudad libre de emisiones en 2029, o las ambiciosas iniciativas de Vitoria en el terreno más cercano, son referencias inspiradoras.
Más allá de las iniciativas particulares, conviene destacar algunas de las redes de municipios que están abordando escenarios de transición de forma coordinada y compartiendo algunos patrones. La internacional red de Transition Towns, con mayor presencia en ciudades pequeñas y medianas, donde se pone especial énfasis en la organización comunitaria y la sensibilización. Iniciativas marcadas por el fuerte protagonismo ciudadano a la hora de liderar las transformaciones que permitan reorganizar la vida municipal ante escenarios de escasez energética, buscando la implicación de la administración local. El municipio de Totnes en Gran Bretaña sería uno de sus referencias emblemáticas. Por otro lado, encontramos la red de Post Carbon Cities asentada principalmente en grandes ciudades de EE UU, donde con algo menos de radicalidad, continuidad y protagonismo comunitario, se están elaborando políticas públicas muy ambiciosas (movilidad, reordenación urbana, servicios…), junto a declaraciones municipales de contextualización de dichas acciones en el marco de estudios de vulnerabilidad ante la crisis energética. Además de conseguir la implicación de autoridades locales y de la sociedad civil, se suele lograr involucrar también a la universidad. Una ciudad emblemática de esta red sería Portland.
Roberto Bermejo ha realizado un trabajo muy detallado de análisis y comparativa de estas iniciativas (pdf) que, con todas las imperfecciones y carencias imaginables, se han lanzado a poner en práctica la transformación de los imaginarios, las políticas y las prácticas urbanas. Un urbanismo que supone la avanzadilla y el laboratorio de experimentación de medidas que en pocos años deben de generalizarse por todas las ciudades. Iniciativas que tienen clara la necesidad de invertir en anticipación si no queremos hacerlo en reparación de los daños.