El sector del transporte en España es responsable de cerca del 25% de las emisiones globales de CO2, representa cerca del 68% de la huella ecológica total y consume el 42,2% de la energía. El final del acceso abundante y barato a las energías fósiles, así como la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, convergen en la necesidad de transformar nuestros patrones de movilidad.
Desfosilizar nuestra movilidad pasa por impulsar un profundo cambio cultural y de hábitos de comportamiento que inviertan las tendencias inducidas desde la revolución industrial. Reducir el número de desplazamientos y las distancias, andar para los desplazamientos cortos, coger la bicicleta para los intermedios y el transporte público para las largas distancias. Superar la centralidad del automóvil en la planificación urbana, relocalizar trabajo, ocio y servicios, fomentar el consumo de proximidad, redescubrir lo cercano y minimizar los viajes en avión.
Un proceso en el que deben de confluir la voluntad y predisposición individual de asumir estos cambios de hábitos, el desarrollo de estrategias colectivas que reduzcan la sensación de insignificancia de lo que hacemos y el coste percibido del cambio, a la vez que se promueve la implicación institucional y el desarrollo de políticas públicas que refuercen estas dinámicas. Gestos individuales, organización comunitaria y políticas públicas deben de estar relacionadas y resultar coherentes.
Desde este prisma resultarían creíbles y ganarían en incidencia las ambiciosas transformaciones que deben de implementarse, pues el modelo de movilidad condiciona el modelo de asentamiento en el que vivimos: estrategias de peatonalización, promoción de la bicicleta y del transporte público, políticas para apaciguar el tráfico, promoción del coche compartido o la fiscalidad verde del transporte.
La movilidad sostenible es una imposición de la realidad en el largo plazo (“Pico del Petróleo”) y una elección en el presente, que nos da la oportunidad de organizar una transición equitativa social y ambientalmente. Movilizarnos para dejar de movernos, valorando la calidad de vida que ganamos al reducir la distancia y la velocidad: hábitos saludables, mayor cantidad de relaciones sociales, ciudades más habitables, descenso de la contaminación atmosférica y acústica, control del cambio climático y muchas ventajas más.
El deseo de un coche no es nada si además no se construye la dificultad de vivir sin él. – Belén Gopegui.