Tiempo de actuar

¿Se puede separar el ocio y el consumo?

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A principios del siglo XX se produjo uno de los cambios más relevantes de la historia del capitalismo: la producción en cadena. Esto abrió el camino al consumo de masas, que  definió de forma creciente los estilos de vida de las sociedades occidentales. Los altos niveles de consumo se consolidaban década tras década, mientras que crecía el poder adquisitivo de una emergente clase media que podía permitirse artículos tales como el automóvil que, hasta el momento, únicamente la clase burguesa podía costearse.

El surgimiento de la  sociedad de consumo de masas solo puede entenderse al combinar una revolución del sistema productivo –que permitía incrementar los volúmenes de productos– y la distribución de ingresos –que hacía posible que los trabajadores aumentaran su poder de compra–, garantizando las ganancias que la creciente producción y venta de productos generaban.

Una de las implicaciones más destacables que este modelo trajo consigo –y que sigue presente, expandiéndose más allá de los países enriquecidos– fue la vinculación del tiempo de ocio al consumo. Este último, tenía una importancia social cada vez mayor al constituir un símbolo de status que diferenciaba a las personas. Entre las distintas modalidades que encontramos de consumo ligado al ocio, se encuentran: el turismo, donde el lugar, el medio de transporte e, incluso, el itinerario marcan diferencias amplias entre las posibles elecciones; las compras en grandes establecimientos, práctica más común cada día que ocupa nuestro tiempo o actividades deportivas de gran contaminación como son el motociclismo, los cars o los quads. La concentración cada vez mayor del ocio en estas opciones tiene efectos negativos importantes. La problemática surge con el desarrollo de esta sociedad moderna que se caracteriza por un consumo en masa que implica la sobredimensión de la actividad humana, la cual, supera ya los límites físicos del planeta y las posibilidades de regeneración que tiene la Tierra.

A la contra de lo que se pudiera pensar, no es el conjunto de la población mundial quien tiene unos altos niveles de consumo, sino que éstos se concentran en un conjunto reducido de países con unos estilos de vida donde los niveles de bienes y servicios adquiridos son muy altos, mientras que en otros lugares no llegan siquiera a los niveles mínimos de subsistencia.

Todo ello tiene una relación directa con las emisiones generadas por la combustión de energías fósiles que, como podemos ver en el gráfico siguiente, muestran valores diferentes (en miles de toneladas al año) de unos y otros países. Aun así, estos datos señalan las emisiones totales del país y no las que genera cada persona individualmente que, en tal caso, constatarían distancias más amplías. Parece evidente, que aunque dos países muestren niveles de emisión iguales no significa que los impactos medioambientales de sus habitantes sean los mismos. Pongamos un ejemplo: Australia y Brasil se sitúan en la misma categoría de emisiones pero con la diferencia de que en el primero vivían en el 2011 alrededor de 22.600.000 personas y en el segundo 196.650.000 (casi nueve veces más); es decir, que cada australiano emite la misma cantidad que la suma de nueve personas que vivan en Brasil.

Fuente: Wikimedia Commons

 A pesar de que en el pasado han existido propuestas y se plantean nuevas en la actualidad que tratan de reducir el impacto ecológico, la mayoría de ellas, no dejan de ser buenas intenciones y no se han traducido en políticas o en hechos que realmente terminen –o por lo menos lo intenten– con los desorbitados niveles de consumismo de una parte de la población. Se trata de una pequeña fracción del total de personas que habitan en el mundo pero cuyo impacto afecta a todos los demás habitantes del planeta. A tal respecto, los únicos acuerdos que en cierta medida han sido vinculantes son los que tienen que ver con la limitación de las emisiones de CO2 que, a través de compromisos y plazos, han supuesto un avance pero no responden a los requerimientos reales y precisos que son necesarios para revertir la tendencia actual del cambio climático. En realidad se ha tratado más de un ejercicio propagandístico y no han supuesto una reducción real de las emisiones.

Para analizar la responsabilidad de España en el cambio climático es útil el siguiente gráfico extraído de  Las emisiones de gases de efecto invernadero desde la perspectiva del consumo en una economía global. Estudio de caso: España (CAR/PL, 2008):

Fuente: http://www.oei.es/salactsi/informecodos.pdf

 En el gráfico se muestra la huella ecológica que generan las actividades que realizamos habitualmente, así como, otros servicios de los que disponemos como la comunicación, la educación o la salud. La huella ecológica es un indicador global que mide el impacto de las actividades humanas sobre el ecosistema a través del consumo y de los residuos que generan y agrupándolos en un único valor. A través de la huella ecológica, podemos ver cómo las actividades de nuestro día a día implican la emisión de una importante cantidad de CO2 y gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento de la Tierra junto a otros gases.

A pesar de que los datos se refieren a hace más de una década –y sabiendo que hoy serían más alarmantes– podemos hacernos una idea de la relevancia que las actividades de ocio que elegimos tienen para las emisiones. Implican unos valores altos cuando son, a diferencia de otras categorías, una libre elección que podemos cambiar. Por este motivo, determinar nuestras actividades de ocio, es decir, en qué empleemos nuestros ratos libres podría desligarse de hábitos perjudiciales y agresivos hacia el entorno que nos rodea.

Del conjunto de actividades en las que empleamos nuestro tiempo libre pensemos un momento, no solo el tiempo que dedicamos a cada categoría, sino las opciones concretas que realizamos y los objetos o cosas que necesitamos comprar. En cada caso, podemos encontrar muchas opciones concretas dentro de cada categoría (deportes, viajes, etc.) que nos permitirán valorar, tanto el impacto como el nivel de consumo que requerimos para realizar cada una de ellas. Algunos ejemplos:

Si quisiéramos profundizar más, la siguiente clasificación nos da algunas pautas de las actividades más agresivas con el entorno según tengan o no las siguientes atribuciones:

Fuente: http://www.efdeportes.com/efd164/el-impacto-de-las-actividades-fisicas-en-el-medio-natural.htm

 De esta manera, quizás, comprobemos que son muy pocas las opciones habituales que ocupan nuestro tiempo y que no requieren la utilización de un producto (una raqueta, un ordenador, unas zapatillas específicas, etc.) o compra alguna (de entradas, la inscripción al gimnasio, etc.). Incluso llegaremos a apreciar, cómo a nuestro alrededor, los niveles de consumo pueden llegar a límites insospechados, sobre todo si lo comparamos con los que implican las opciones a las que se restringen las de otros lugares del mundo. Existe una herramienta que puede ayudarnos en esta tarea, Worldmapper, que traslada al tamaño el país las variables que queramos medir. En el apartado de comunicaciones, por ejemplo, se recogen mapas donde están representados los países según el acceso a internet o las personas que cuentan con un teléfono, radio o televisión entre otras cosas a las que da acceso esta aplicación.

Fuente: Global CO2 Emissions 2009. Worldmapper

 Conectado con esto, no olvidemos que nuestros hábitos de consumo generan pobreza e injusticia en otros lugares y que, a pesar de que nos cueste esfuerzo pensar en otras modalidades de ocio, existen y emergen nuevas a nuestro alrededor y podemos destacar algunas: Ludotecas, bookcrossing o fiestas autogestionadas son algunas de las propuestas que aparecen en las fichas de IPC, Ingenios de Producción Colectiva en el siguiente enlace. Y en paralelo, van surgiendo portales con nuevas ideas que se actualizan y pueden ser consultadas a diario que nos dan pistas de todas las posibilidades: eventos destinados a alertar e incitar a la acción que propone la Asociación despierta; las guías que propone ocioenfamilia; los proyectos independientes y culturales que Agenda magenta difunde a través de sus espacios y talleres de carácter artístico y toda clase de actividades que promueven espacios autogestionados como El Campo de la Cebada en su agenda o la eko.

Por último, recordemos que cualquiera de las opciones que escojamos para ocupar nuestro tiempo libre no debe contribuir con las injusticias, con la contaminación o con las prácticas consumistas. Si a tu alrededor son pocas las posibilidades de ocio no mercantilizable, sin impactos negativos al entorno o no colectivas, siempre se pueden construir y pensar nuevas alternativas de ocio sostenible con grupos de personas afines.

 

 

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