La insostenibilidad y desigualdad, cada vez más acuciantes, del actual sistema económico nos obligan a profundizar y valorar la finalidad real de la estructura productiva instaurada en nuestra sociedad. En ella prevalece una determinada manera de asignar los recursos, así como de distribuir y consumir los bienes y servicios.
Un sistema económico capitalista
En cualquier tipo de sistema económico, independientemente del carácter de las instituciones y de las relaciones sociales que imperen en él, se conjugan toda una amalgama de principios que determinan y dan respuesta a los problemas que se plantean en el plano económico, tales como la escasez o la limitación de recursos naturales. El cómo se resuelvan cuestiones del tipo ¿qué producimos?, ¿cómo hacerlo? o ¿cómo distribuirlo?, nos conducirá a la articulación de las distintas partes de la estructura productiva y a una determinada concreción del sistema económico capaz de llevarlo a la práctica.
La versión más actual y extendida que conocemos, dentro de los posibles tipos de organización que resuelven las cuestiones antes planteadas, es el sistema económico capitalista. Es al terminar la Guerra Fría, que pone fin a la existencia de dos bloques enfrentados –el comunismo y el capitalismo–, cuando la denominación de mundo capitalista adquiere pleno sentido y su lógica rige las relaciones a nivel internacional [1]. En el capitalismo, como en cualquier otra modalidad posible, habrían de satisfacerse las necesidades básicas, es decir, poner en funcionamiento cada una de las partes que forman parte del sistema para la consecución de fines colectivos. Sin embargo, la desconexión de estos con las consecuencias que derivan de la dinámica del sistema no deja de crecer y provocan importantes tensiones entre el sistema y la sociedad.
La principal contradicción surge cuando, en la jerarquía de objetivos que son fruto de las relaciones que tienen lugar en el capitalismo, la maximización de la ganancia o la riqueza (que pueden obtener algunos) se impone como prioridad y relega la cobertura de las necesidades como meta fundamental. Somos conscientes de que las líneas que en el pasado pudieron percibirse más difusas entre ambos objetivos, hoy están claras y bien definidas, ¿o es que acaso todos habríamos rebasado unos niveles básicos de subsistencia y, ahora sí, podemos descender hacia otros objetivos de la escala como es el de la rentabilidad? Sabemos cuán lejos estamos de esta situación, la contraposición de ambas metas, pero además se acrecienta el poder (político, económico o social) que se asocia al capital haciendo que se multipliquen los ejemplos que verifican cómo se anteponen los intereses de este a los de la población: pobreza o hambrunas que se extienden por todo el globo, a las que se les suman la desnutrición, la indigencia o la desprotección sanitaria en lugares donde las grandes fortunas se multiplican y la riqueza se concentra cada día más.
El interrogante es cómo recuperar lo que debiera ser el objetivo fundamental del sistema económico cuando el fin último del hegemónico mundo capitalista es generar riqueza, relegando e invalidando la cuestión de las necesidades. En este sentido, no son pocas las propuestas que se plantean ni tampoco aquellas que ya están en marcha y que buscan contraponer la situación apostando por otra forma de hacer las cosas, por un modelo que anteponga la equidad, la sostenibilidad y la satisfacción de las necesidades al beneficio y el interés individual. Una de entre todas las iniciativas contestatarias que apuntan en esta dirección es la moneda social.
La moneda social, una alternativa de pago frente al dinero de curso legal
No han sido pocos los autores que han incidido en la importancia de que proliferen otras formas de intercambio alternativas que estén desvinculadas de los intereses privados de unos pocos que son, precisamente, a los que responde la utilización del dinero de curso legal.
El capitalismo nos ha hecho esclavos de una única forma de intercambio, y tenemos que estimular otras formas de intercambio que existían antes de que existiera el capitalismo (Karl Polanyi).
Ciertas formas de intercambio alternativo se han logrado a pequeña escala, en algunos lugares y territorios concretos, gracias a las monedas sociales. Estas surgen frente a la necesidad de regeneración de la economía local, en la que se experimente un desarrollo que vaya más allá de la lógica económica del capitalismo y que no nos haga dependientes de la forma monetaria hegemónica para los intercambios, como ocurre para la mayoría de las personas.
¿Qué es la moneda social?
La moneda social –local, alternativa o complementaria– es cualquier unidad de intercambio en la que no se utiliza una moneda oficial. En sintonía con lo que pasó con el dinero en sus inicios, este tipo de moneda adquiere cada día más presencia a lo largo y ancho del planeta y se consagra como un instrumento que reivindica las relaciones económicas igualitarias como su finalidad principal.
Esta alternativa promueve la economía local, así como, otros principios en línea con el bienestar de las personas en muchas comunidades y, para ello, se respalda en las funciones fundamentales del dinero pero sin propiciar su acopio [2]. La moneda se crea o se destruye según las necesidades de la actividad económica y de las personas participantes, con el fin de evitar algunos de los problemas que se observan en el caso del dinero de curso legal. Nos referimos, entre otros, al de la acumulación. Para evitar esta problemática se elimina la posibilidad de que este tipo de dinero produzca intereses o se pueda especular con él, y asume, únicamente, las funciones orientadas a facilitar los intercambios.
En cuanto a la cantidad de monedas a emitir, esta se determina democráticamente por aquellas personas que la utilizan. Se estima de tal forma que no exista escasez, ya que la falta de una cuantía suficiente, limitaría el potencial de la economía local. Los objetivos habituales de su utilización son de carácter social, medioambiental o comercial, en función de lo que determine la propia comunidad o vecindad.
Una moneda social puede ser cualquier cosa que se acuerde que lo sea, se trata de un pacto entre las personas que van a participar de ella. Este acuerdo se puede realizar, bien a través de una organización de base, o bien fruto de un proceso o proyecto que favorezca su circulación entre una cantidad cada vez mayor de gente. Cada caso puede ser distinto y responder a una necesidad diferente que, probablemente, irán en línea con aquellos procesos sociales que son considerados desatendidos o degradados por el sistema capitalista. Ejemplos de ello a los que trata de responder con la moneda social, podemos verlos en la explotación de los recursos naturales y la degradación ecológica, en las desigualdades económicas crecientes, e incluso, en el desempleo o en la no consideración de los trabajos invisibilizados por el mercado (trabajo doméstico, la ayuda mutua o el trabajo voluntario).
Son muchas las ventajas que encontramos en el uso de las monedas sociales, pero también su aplicación se encuentra con algunas restricciones que impiden su generalización y expansión:
El conjunto de monedas independientes puede conectarse y hacer que todas ellas se relacionen entre sí gracias al Sistema de Intercambio en Comunidad o CES (Community Exchange System), una opción que trata de superar la limitación de aplicabilidad al ámbito de lo local. Se trata de una estructura digital que permite realizar intercambios entre los usuarios de distintos proyectos locales que están respaldados por monedas distintas. Frente al uso físico de la moneda, la plataforma utiliza la información y las anotaciones para poder realizar operaciones a escala global, pero que en ningún caso implicarán préstamo o interés alguno. De manera periódica, CES distribuye una listado de todos los bienes y servicios que ofrecen los usuarios, así como de peticiones para realizar pedidos. En el caso de querer realizar un intercambio, se pone en contacto a ofertante y demandante y, tras un acuerdo entre ellos, se procede a realizar las anotaciones pertinentes en el sistema, créditos para las ventas y débitos para los compradores.
En principio, casi todas las monedas sociales tienen paridad con la moneda nacional (lo que no quiere decir que sea directamente canjeable) y su forma, que varía entre el formato físico o el digital, puede presentarse o bien como billetes y monedas físicas, o a través de tarjetas de pagos o apuntes en una base de datos. Lo mismo ocurre con la operativa de pagos, todo un compendio de opciones que incluyen, incluso, la posibilidad de realizarlos por internet o por SMS.
Experiencias concretas de moneda social
Cuando la escasez se extiende entre distintos grupos sociales, fruto de las crisis del sistema económico, muchas personas buscan distintas vías de enfrentar el problema. Es entonces cuando la utilización de las monedas alternativas ha adquirido una mayor presencia [3].
Los primeros reflejos que dan cuenta de las posibilidades que tienen, no son tan nuevos como, quizá, se pudiera intuir y es por ello que en el pasado identificamos iniciativas con una reseñable entidad: el banco Wir en Suiza (desde 1934 y todavía en funcionamiento), Local Exchange Trading Systems (o LETS) en Canadá (1983) o el Tianguis Tlaloc de México (1996). Todas ellas son un punto de partida que engloba experiencias exitosas y que han servido para que hoy en día podamos hablar de más de 5000 monedas sociales que se utilizan a nivel mundial. Según algunos datos que afloran de los distintos encuentros que se realizan en torno a esta alternativa, en el caso de España podemos hablar de la proliferación de cerca de 70 nuevas experiencias de moneda social en estos 5 años de crisis económica. Algunas de ellas las presentamos en la siguiente infografía [4]:
En buena parte de los casos en los que se recurre a la creación de una moneda social, su implantación supone una vía de escape para todas aquellas personas que se encuentran en una situación cercana a la exclusión, bien por no contar con un empleo o bien porque no pueden garantizar una cierta capacidad adquisitiva con los ingresos de los que disponen. Sin embargo, no se limitan únicamente a los motivos anteriores y existen otros alicientes que fomentan su utilización y que pueden extraerse de las intervenciones públicas de sus promotores y usuarios. Nos referimos a, que más allá de los problemas individuales o concretos de una determinada región, el desarrollo y la integración de muchas de estas experiencias aspira a crear un sistema económico alternativo y permanente que nos facilite, en mayor o menor medida, prescindir de la moneda “oficial”. De esa manera se abriría una potencial vía que apuntaría hacia una mayor participación ciudadana, hasta el punto de ser capaz de incidir en las funciones principales del sistema y en la consecución de los objetivos que colectivamente sean considados prioritarios.
Notas
[1] Esto no quiere decir que impregne todas nuestras actividades de carácter económico, pues en muchos casos la gestión de los recursos y los servicios tiene como fin principal la satisfacción de necesidades y no la maximización del beneficio, como sería el caso de la economía familiar.
[2] Se trata de mantener la función del dinero como medida de valor e instrumento de cambio pero evitar su acumulación con el objetivo de generar riqueza (Intercambios y usos del dinero).
[3] Algunos ejemplos del pasado dan cuenta de esta realidad, como ocurre en Wörgl (Austria) durante la Gran Depresión, con la “crisis del tequila” durante los años 90 en México, el corralito en Argentina o a raíz de la actual crisis que se sufre en Europa.
[4] Otras experiencias en el ámbito europeo las encontramos recogidas en esta presentación realizada por Julio Gisbert en Bilbao.