El nuevo libro de la colección Economía crítica & ecologismo social, publicada por FUHEM Ecosocial, titulado La responsabilidad de la economía española en el calentamiento global, nos ofrece un análisis muy detallado de la responsabilidad que ha tenido España en el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero (o GEI) desde hace más de dos décadas.
La problemática que envuelve a los GEI es que las emisiones de estos gases contribuyen directamente al cambio climático al propiciar el calentamiento global del planeta. La relación que se establece entre ambos fenómenos es la siguiente:
El calentamiento global es mayor cuanto mayor sea la cantidad de gases de efecto invernadero que se concentran en la atmósfera al limitar la salida de rayos de sol y aumentar con ello la temperatura.
Durante el último siglo los efectos visibles que han tenido lugar en la Tierra en relación al cambio climático se concretan en un aumento de 0,85 grados centígrados y un incremento del nivel del mar de 19 cm que reduce la superficie terrestre del planeta, así como alteraciones climáticas que provocan el deshielo de los polos. A su vez, el cambio climático nos muestra cada día de forma más intensa los efectos desastrosos que se padecen a lo largo y ancho del globo terrestre. Ejemplos de ello los encontramos en: la degradación y erosión del suelo, las sequías e inundaciones, el mayor riesgo de extinción de especies, la pérdida de bosques, el aumento de personas que mueren por fenómenos meteorológicos extremos (inundaciones, olas de calor) o el aumento de enfermedades (por aumento de la contaminación del agua, entre otros factores).
Los impactos del cambio climático han sido muy desiguales, y lo mismo ocurre con el nivel de responsabilidad de los actores que han propiciado los cambios señalados, donde el papel de los seres humanos ha sido y es determinante en el aumento de las emisiones. A diferencia de otras especies, las personas somos, en mayor o menor medida, las causantes del cambio climático por el impacto desorbitado e insostenible que provocan nuestros estilos de vida. En ellos, el consumismo es un rasgo principal y los transportes el icono de la movilidad, aspectos que son más preponderantes en algunos lugares pero que se van extendiendo a nivel planetario. La ingente cantidad de gases contaminantes que se emiten a la atmósfera no hace más que aumentar e impide garantizar el futuro del planeta y la vida en él. El gas más predominante del conjunto de GEI es el CO2. Las emisiones de este gas se producen principalmente por la quema de combustibles fósiles, entre los que el petróleo ocupa el primer puesto en orden de importancia. Esto se debe a la utilización de vehículos motorizados como principal medio de transporte, tal como ocurre en el caso de las motocicletas o los coches, que nos hacen dependientes de esta energía que es mucho más contaminante que otras fuentes alternativas como serían las renovables. No olvidemos que, al mayor consumo de combustibles fósiles, entre otras cosas en el transporte por carretera o aire, se suma otro factor que incide en el calentamiento global: el de la deforestación.
Llegados a este punto, cabe hacerse algunas preguntas sobre las diferencias que existen en términos de emisiones en función de los estilos de vida que en cada área geográfica predominan. Reflexionar acerca de si la utilización del coche es igual en todos los lugares; preguntarnos si a lo largo del tiempo hemos tratado de reducir nuestra huella ecológica; o simplemente, conocer cuántos planetas necesitaríamos si todos los habitantes consumiéramos siguiendo las pautas de un determinado país, nos ayudaría a ser conscientes de los distintos niveles de responsabilidad que cada uno de nosotras y nosotros tenemos en las emisiones de GEI. Con el objetivo de facilitar algunos datos en esta línea, hemos elaborado la siguiente infografía:
Fuente: Elaboración propia
España, un país pequeño con una gran responsabilidad en el calentamiento global
Nuestro país ha mantenido una desproporcionada contribución en las emisiones mundiales de GEI. Si atendemos a la evolución que ha seguido y la comparamos dentro del contexto europeo, ha sido una de las regiones que muestra valores más altos y nos sitúan como uno de los mayores responsables occidentales de los incrementos sufridos desde 1990. Esta tendencia no quiere decir que España sea el país que más emita en total, sino que el incremento que se ha producido desde los años noventa hasta la actualidad nos sitúa en los primeros puestos de crecimiento de las emisiones en el conjunto de los países industrializados. Y al igual ocurre con la trayectoria del volumen de emisiones media que cada uno de los habitantes del país presenta.
Cuando analizamos los diferenciales entre países, no podemos centrarnos únicamente en las emisiones totales de cada uno de ellos: no es lo mismo que Rusia o España tengan un volumen de emisiones igual cuando la población rusa es de 143,5 millones y la española de 47,27 millones de habitantes. Por ese motivo, las emisiones per cápita son más representativas de cómo influye nuestro estilo de vida en el cambio climático global. En este sentido, las diferencias que existen entre países son muy elevadas y, en general se mantienen hasta nuestros días salvo alguna excepción como ocurre con el caso chino. Lejos de que en EEUU se reduzcan las emisiones por habitante, la disminución de la brecha que se ha dado entre China y otros países industrializados se debe al proceso de crecimiento económico y desarrollo del tejido productivo del país emergente. Sin embargo, también es necesario aclarar que aproximadamente un tercio de la emisiones chinas son para fabricar productos que se consumirán en lugares como EEUU o la UE, con lo que la responsabilidad del incremento de emisiones china no es solo china, sino que es compartida.
Los países más ricos son los que suelen tener una mayor responsabilidad, más si nos remontamos al pasado y nos referimos al concepto de deuda ecológica. Esta hace referencia al impacto superior que los países industrializados han tenido en el pasado por la sobreexplotación de los recursos que son de todos.
La deuda ecológica es una deuda histórica, acumulada y actual que los países industrializados del Norte tienen con los pueblos del Sur por la utilización y la explotación de sus recursos naturales y la contaminación de sus fuentes de sustento y de su patrimonio natural. Es también la responsabilidad de los países industrializados por la destrucción paulatina del planeta, el deterioro de la capa de ozono, la contaminación de la atmósfera, el aumento del efecto invernadero, etc. todo ello como resultado de su modelo de “desarrollo” y sus patrones de producción y consumo.
No contentos con mostrar las divergentes responsabilidades con una visión histórica, los datos e ideas que recoge el libro van un paso más allá. Se recogen, por un lado, los datos de los registros oficiales de las emisiones en el ámbito interno del país; y por otro lado, se considera la cantidad de CO2 que son fruto de las importaciones que llegan a España y de las exportaciones que salen (ver cuadro 1). Al calcular este segundo aspecto, se verifica un perfil emisor de mayor intensidad, al ser positiva la diferencia entre las emisiones ligadas a las importaciones respecto a la de las exportaciones. En 1995, la exportación neta de emisiones en España equivalía al 10%, mientras que en el 2007 el diferencial crecía hasta un 31%.
Cuadro 1:
Fuente: Adaptado de Carbon Truts (2006)
¿Qué medidas se han tomado hasta el momento para tratar de reducir las emisiones de los GEI?
No han sido pocas las iniciativas que a lo largo de tiempo han buscado adquirir algún compromiso con la reducción de las emisiones y combatir el cambio climático. Sin embargo, los encuentros realizados hasta el momento, con expectativas de lograr acuerdos vinculantes, han tenido muy magros resultados. Por mencionar alguno de ellos, podemos recordar la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), celebrada en Río de Janeiro en 1992. En ella se constató la gravedad del asunto del calentamiento global pero no se logró compromiso alguno más allá de las buenas intenciones de los representantes que allí participaron, aunque de la reunión salió el germen que terminaría siendo el Protocolo de Kioto.
El único acuerdo vinculante con el que contábamos fue el Protocolo de Kioto de 1997. Gracias a él se consiguió que los países más industrializados históricamente países hicieran un compromiso, aunque fuera tibio, a la hora de limitar y reducir las emisiones de GEI para el periodo comprendido entre 2008-2012. Las cláusulas adicionales a los compromisos de Kioto permitieron una mayor flexibilidad a la hora de acatar las restricciones e hicieron muy laxas las reducciones exigidas. Un ejemplo de ello es la posibilidad de cumplir los objetivos de manera agregada (compensar emisiones entre grupos de países) o el comercio de emisiones entre distintas áreas geográficas. El protocolo limitó las emisiones a ciertos países considerados más desarrollados y que formaban parte del Anexo 1, pero en el resto estas no remitieron, haciendo que la suma global de las emisiones aumentara durante el periodo estipulado.
Contra las ilusiones puestas en el Protocolo, el resultado no mostró una reducción de las emisiones y mucho menos una mayor concienciación frente a la insostenibilidad del problema; algo que se ha reflejado en los intentos futuros de reducción de emisiones. Las reuniones de Copenhague (2009), Cancún (2010), Durban (2011) y Doha (2012), que tenían la finalidad de propiciar un acuerdo que sustituyese al de Kioto cuando expirase, han sido un auténtico fracaso. Muchos han sido los países que se han desmarcado de los acuerdos como son los casos de Canadá, Rusia o Japón. Además, EEUU ya lo hizo del Protocolo de Kioto.
No hemos logrado superar el reto que supone para la humanidad el cambio climático, no se puede negar su gravedad y el papel decisivo que las actividades humanas tienen en él. El problema no remite, como muestra el hecho de que las iniciativas internacionales para reducir las emisiones han sido muy limitadas e insuficientes y los datos confirman que el problema no ha hecho más que agravarse.