Entrada redactada por Abel Esteban a partir de materiales de Ecologistas en Acción
La actividad agraria cubre una de las principales necesidades del ser humano: la alimentación. Transforma elementos abundantes e inertes, como minerales, agua y energía solar, en bienes vivos y útiles: los alimentos. Y este ejercicio de alquimia se consigue, al menos en las formas tradicionales de agricultura, sin reducir las posibilidades de renovación de los recursos utilizados. La agricultura y ganadería (que en este texto simplificaremos bajo el término agricultura) suponen además la actividad humana que más superficie ocupa en el planeta, y, por tanto, la de impactos más extensos a nivel territorial, para lo bueno y para lo malo. Además, el medio rural acoge al 50% de la población mundial y el 25% de la población española; y en él la agricultura es el elemento central de las culturas y las economías locales.
Durante la segunda mitad del siglo XX la agricultura se ha industrializado y globalizado progresivamente, y con ello, muchas de sus implicaciones han cambiado radicalmente. Grandes consumos de energía fósil durante la producción, procesado y venta de alimentos; contaminación de suelos, ríos y acuíferos; o bien la expulsión del campo de millones de campesinos y campesinas son algunas de las consecuencias adversas de dicho proceso. Por otra parte, la calidad de los alimentos producidos industrialmente ha empeorado preocupantemente, tanto en su sabor y olor, como en sus implicaciones para nuestra salud, no sólo por los recurrentes escándalos alimentarios, si no por la presencia generalizada en alimentos cotidianos de restos de sustancias tóxicas empleadas en su producción o transformación.
Como respuesta a este panorama, la Agricultura Ecológica está en alza gracias a la creciente demanda por parte de ciudadanos y ciudadanas comprometidos con una actividad respetuosa con el medio ambiente y con la salud de las personas, y que ofrece nuevas oportunidades para las pequeñas explotaciones agrarias.
La agricultura ecológica prescinde de fertilizantes minerales y de pesticidas y herbicidas tóxicos. En su lugar, recupera la fertilidad de los suelos utilizando materia orgánica como compost o estiércol, que además favorecen el desarrollo de las raíces o la retención de agua. Por otra parte, la buena salud de los cultivos se trabaja bajo un enfoque preventivo, mediante manejos naturales, como las rotaciones de cultivos y las combinaciones de plantas que se favorecen entre sí, y el uso de preparados naturales que fortalecen o protegen las plantas de enfermedades. En el caso de la ganadería ecológica, el cuidado preventivo de su salud sustituye el uso desmesurado de medicamentos, a la par que su alimento debe ser ecológico y a cada animal se le proporcionan espacios sustancialmente mayores, tanto cubiertos como en el exterior. Este conjunto de prácticas queda recogida en una certificación de producción ecológica con la que sus productores/as pueden acreditar unos alimentos más saludables, y cuya producción no perjudica, o incluso favorece, los ecosistemas en los que tiene lugar.
Hoy la agricultura ecológica certificada está asentada en el territorio español, cubriendo aproximadamente un 5% de la superficie cultivada y con crecimientos anuales de dos cifras, suponiendo una alternativa importante para miles de pequeñas explotaciones agrarias. No obstante, en ocasiones nos podemos encontrar contradicciones importantes en torno a determinados alimentos certificados ecológicos, como su producción a miles de kilómetros de distancia, o su venta en grandes superficies que fomentan el consumismo o tienen prácticas comerciales muy agresivas con sus proveedores.
Como respuesta a estas limitaciones, miles de productores/as, consumidores/as, organizaciones y movimientos sociales vienen apostando en los últimos años por formas de producción de alimentos más ambiciosas en la búsqueda de la sostenibilidad ecológica, la transformación social y el desarrollo de economías locales y solidarias. Hablamos de la AGROECOLOGÍA.
La agroecología es una propuesta que une los conocimientos tradicionales de agricultores, campesinos e indígenas de todo el mundo con las aportaciones del conocimiento científico moderno, para proponer formas sostenibles de gestión de los recursos naturales. Por un lado, la agroecología propone formas de desarrollo rural sostenible basadas en el conocimiento tradicional, el fortalecimiento de las redes sociales y económicas locales (no sólo agrarias), los mercados locales y un manejo integrado de agricultura, ganadería y silvicultura. Por otro lado, desarrolla técnicas de manejo agrario basadas en la recuperación de la fertilidad de los suelos; el policultivo y las variedades y razas agrarias locales; y en general en un diseño de las fincas basado en la mayor diversidad posible de usos y en la eficiencia en el uso de los recursos locales. La agroecología incorpora a la agricultura ecológica pero va más allá, integrando aspectos sociales como formas de comercialización justas para consumidores y productores, y aspectos ecológicos como el manejo de la biodiversidad.
Junto a la práctica agroecológica, son cada vez más las personas y organizaciones sociales que se vienen sumando a otra propuesta política que persigue la transformación del sistema agroalimentario en favor de las personas y la naturaleza: la SOBERANÍA ALIMENTARIA. La Vía Campesina, una organización compuesta por 148 organizaciones de campesinos e indígenas que agrupan a 200 millones de personas, define la soberanía alimentaria como “la organización de la producción y el consumo de alimentos de acuerdo a las necesidades de las comunidades locales, otorgando prioridad a la producción y el consumo locales y domésticos”. Frente a las políticas que promueven la liberalización del comercio agrícola y el control por parte de grandes multinacionales de la alimentación, La Vía Campesina denuncia que la industrialización y la mercantilización de la producción agraria han extendido el hambre por el mundo.
La soberanía alimentaria se puede concretar en el Estado español en algunas propuestas que pongan freno a la degradación de la actividad agraria y del medio rural, y que pongan en práctica modelos alternativos de gestión del territorio y de producción, distribución y consumo de los alimentos. En este sentido, el consumo de alimentos (agro)ecológicos y/o locales en lugares como colegios, hospitales o centros de mayores no solo ofrece mejores alimentos a quienes más los pueden necesitar, si no que contribuye a desarrollar un sector productivo sostenible más necesario que nunca para activar las economías locales y generar oportunidades en el medio rural.